por Darsi Ferrer
21 de octubre de 2010
Del denominado “Guerrillero Heroico” se ha dicho en sus biografías que era doctor en medicina. ¿Por qué aun no se conocen testimonios aseverando esto de los diversos graduados de su año en la Escuela de Medicina de Argentina? ¿Por qué no hay ni siquiera una foto colectiva de graduación, como aún es costumbre, donde se pueda identificar a Ernesto Guevara en el grupo de egresados? ¿Cómo pudo Guevara graduarse de médico, como exige el sistema de educación tradicional, sin hacer las prácticas de interno en los hospitales por las distintas especialidades? ¿Cómo es posible que en México, un país donde en los años 50 ser de raza blanca era un símbolo de estatus, y pese a ser un “doctor en medicina” graduado en la prestigiosa Escuela de Medicina de Buenos Aires, Guevara sólo encontrara trabajo como fotógrafo ambulante, emulando con Cantinflas?
Durante varios meses después de ocurrir el derrocamiento del régimen pro izquierdista de Jacobo Arbenz en Guatemala, el señor Guevara permaneció alojado en la embajada argentina en ese país. Su categoría de perseguido político era completamente injustificada porque no había tenido parte alguna en ninguno de los hechos a favor o en contra del régimen depuesto. Sin embargo, peronista estentóreo de su época, que era como decir fascista tropical, gozó del alojamiento que le otorgaba el presidente Perón a sus adeptos. Tan falsa fue su solicitud de asilo que, aunque librado de tener que trabajar para sustentarse, cuando por fin se cansó de vivir encerrado en la sede diplomática, no tuvo problema alguno en circular normalmente por el país y sin la más mínima protección consular cruzar la frontera hacia México. Y es que, hecho frustrante para los que siguen su culto, nadie lo estaba buscando.
Un siniestro capítulo olvidado en todas las biografías de Ernesto Guevara de la Serna ocurrió en diciembre de 1958, en medio de la ocupación de la ciudad de Santa Clara. Una docena de defensores del gobernante Batista se habían refugiado en el hotel Santa Clara, tomando como rehenes a unos cien huéspedes y empleados. El denominado “Che” Guevara, sin tener en consideración el peligro de muerte para los civiles, ordenó darle fuego al hotel con todas esas personas dentro, intentando forzar a los batistianos a la rendición. Por suerte, antes de que el fuego cerrara todas las salidas, los secuestradores dejaron salir a todos sus cautivos y al tocarles el escape del siniestro, algunos fueron ultimados en el sitio y otros terminaron prisioneros y quizá fueron fusilados con posterioridad. Esta información fue publicada con imágenes del fuego provocado en un número de enero de 1959 de la revista habanera Carteles.
En Bolivia, cercano a donde fuera ultimado, se levanta un monumento conmemorativo al llamado “Guerrillero Heroico”, sitio de peregrinación para muchos ilusos izquierdistas y hasta objeto de veneración, como si se tratara de la imagen de un santo. Se ha olvidado convenientemente que Guevara fue un invasor extranjero que trajo la guerra y la muerte para decenas de hijos del pueblo boliviano. ¿Dónde está el monumento a los cuarenta y tantos jóvenes nacionales que murieron víctimas de sus inesperadas encerronas o luchando por acabar con una amenaza de sangriento conflicto para su país? ¿Dónde se encuentra el sitio de veneración y peregrinación de ellos, los verdaderos héroes, que la ingratitud y la mala propaganda mantienen olvidados? ¿Alguien se preocupa por sus familias, por sus padres, hermanos e hijos? ¿Alguien los recuerda y venera?
¿Qué experiencia de guerra lo suficientemente prolongada y cruenta en combates pudo tener el señor Guevara que, con sólo dos años de conflicto, le permitiera escribir todo un manual de cómo se debe llevar a cabo la lucha guerrillera? Quizá tuvo que ser muy arrogante y presuntuoso para con una experiencia tan pobre ponerse a dictar pautas de ese método de lucha irregular. Releyéndolo, se pueden encontrar errores garrafales y hasta plagios descarados de las experiencias maoístas en la lucha guerrillera. Copiando estas, por entonces ya con treinta años de antigüedad, Guevara comete la soberana pifia de ni siquiera tener en cuenta incluir el moderno empleo del helicóptero, ya ampliamente utilizado en combate en la década del sesenta durante la guerra de Vietnam, un mortífero enemigo para el guerrillero hasta en los días presentes.
El general retirado Gary Prado, quien derrotara y capturara a Guevara en la Quebrada del Yuro, afirma en sus memorias que cada vez que el “Guerrillero Heroico” intentaba poner en práctica alguno de sus propias recomendaciones, sufría una paliza de las tropas bolivianas que lo estaban cazando. Sus experiencias guerrilleras anteriores en el Congo bordearon el desastre. También en Cuba, en la lucha contra las fuerzas que se alzaron en el Escambray para luchar contra el régimen totalitario de Fidel Castro, el señor Guevara intentó dar pulimento a su título de Maestro de la Guerrilla y dirigió un cerco contra los alzados. Cosa de risa, terminó cercado él mismo por los que perseguía, siendo a duras penas rescatado por una desmesurada masa de milicianos que el régimen tenía movilizados. Compruebe esta última y desmitificadora información en el libro Escambray, la guerra olvidada, de Enrique G. Encinosa, 1989.
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