sábado, 31 de diciembre de 2011

Myanmar, la lección asiática

Dr. Darsi Ferrer

 

26 de diciembre de 2011

 

La Habana. Si hace solo unos meses tomó por sorpresa a la comunidad internacional los estallidos sociales en los atrasados pueblos árabes del Medio Oriente, que dieron por resultado el derrocamiento de algunas dictaduras y las sacudidas de otras que tratan de perpetuarse adoptando reformas democráticas, igual de insólita resulta la deriva en Myanmar, donde la junta militar se ha llamado a capítulo y lidera un inesperado proceso de desmonte voluntario del sanguinario régimen mediante la aplicación de medidas liberalizadoras.

 

En el país asiático la junta militar gobernante traspasó el poder a un grupo de civiles, hecho que constituye una novedad de inusual racionalidad entre las viejas dictaduras que se resisten a los cambios impuestos por los nuevos tiempos. Y aunque el estrenado gobierno de transición cuenta con la inquietante presencia de antiguos altos oficiales del ejército, ligados al despotismo y a la recurrente historia de maltratos e injusticias cometidas en esa nación desde el golpe de Estado en 1962, sus actuales reformas liberadoras son un verdadero estímulo para la esperanza de una evolución pacífica hacia la democracia y el Estado de Derecho. Se trata, pues, de un paso pequeño de gigante influencia.

 

La libertad de prensa y acceso a Internet han sido permitidos en gran medida, así como el derecho de huelga y el fin del monopartidismo encabezado por el siniestro grupo castrense, aupados alrededor del Consejo de Estado Para la Paz y el Desarrollo. Y aunque en un principio habían prohibido que participaran como candidatos a las elecciones más de mil líderes y figuras prominentes de la otrora ilegalizada Liga Nacional para la Democracia, pronto esa proscripción cesó legalmente.

 

La figura más destacada de la oposición, la Premio Nobel Aung San Suu Kyi, a la que negaron una victoria aplastante en los comicios pluripartidistas de 1990, castigándola con el encierro y estrecha vigilancia, ahora goza de plena libertad para competir por la presidencia de la nación. Ella representa el más preciado valor de honestidad y entereza moral para la actual Birmania que el mundo progresista desea ver en funciones. Sus credenciales de líder natural quedaron ratificadas con la reciente visita de la Secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton. El encuentro personal de la alta funcionaria con la líder opositora fue cálido y muy estimulante para el futuro desarrollo del proceso democrático aún en ciernes.

 

Sin embargo, la situación de Myanmar es grave. El proyecto de transición llega rodeado de múltiples y peligrosos escollos. Por años la prolongada y brutal dictadura militar causó abusos y violaciones sistemáticas de los derechos humanos. Los militares son responsables de atropellos y asesinatos de poblaciones enteras, y no sólo de la mayoría birmana. El ejército llevó a cabo asaltos y violaciones de mujeres y niñas de minorías étnicas, como los Shan y Karen, obligándolas al cautiverio. Esas crueldades provocaron respuestas armadas de diversas guerrillas y, en la actualidad, se reportan graves enfrentamientos militares. Como consecuencia natural de este estado de desorden, también surgió un creciente tráfico de drogas por las tierras altas del norte del país, situación que genera guerras de pandillas y agrava la corrupción de funcionarios y poderes públicos.

 

Además, aún está fresca en la memoria de ese pueblo la violenta represión del gobierno militar en el 2008. Ocasión en la que miles de sacerdotes budistas salieron a las calles a protestar pacíficamente en apoyo de las manifestaciones populares por la falta de democracia y fueron perseguidos, apaleados y encerrados en prisiones. No pocos terminaron torturados y asesinados, y sus cadáveres arrojados en medio de la vía pública como escarmiento.

 

Las bases de brutalidad, desorden, guerra y violación de derechos es una herencia onerosa que recibe la incipiente y débil sociedad civil birmana. El reto aumenta en la delicada transición cuando los militares constituyen la misma fuerza elitista que formó parte importante de una tradición de golpes de Estado desde el mismo origen comunista de esa nación asiática, apenas liberada del colonialismo británico. El modelo totalitario salido de ese proceso de incivilización fue uno de los pupilos preferidos de China, el que quedó integrado a su esquema de “área de influencia” de la Guerra Fría en la península indochina.

 

No obstante, al vetusto proyecto de política exterior china le ha caído carcoma. Su fragilidad es evidente frente al cambio de la estructura geopolítica, y sobre todo social, en el mundo. Se puede afirmar que buena parte del cambio de rumbo de última hora del generalato birmano parte de una ágil reacción ante los inesperados sucesos y evolución de los autoritarismos tradicionales de la zona de Medio Oriente y el Norte de África. Con buen tino, los castrenses tragan el buche amargo que les empuja la historia de la nueva época globalizada. A causa de fuerzas imprevisibles que irrumpen en el presente, despotismos asentados por décadas tienen un final brusco e inadvertido, gracias a algo que apenas hace una década parecía remitirse a un pueril y despreciable manejo de artefactos electrónicos.

 

Los mandarines chinos son los más sorprendidos con esa reacción de sometimiento de su pupilo a la cruda realidad contemporánea, dejándolos en la estacada. Más no sólo a los generales birmanos persiste en aparecerse el cadáver macerado del dictador Muanmar el Gadafi. De repente, los mandamases del Partido Comunista chino encuentran una acelerada y espontánea redistribución del orden mundial donde empieza a primar el orden civil, la desideologización y las libertades públicas. Perspectivas en las que pierde asidero el modelo imperial por el que apostaron para su permanencia infinita en el poder, y base de su proyecto hegemónico de futura primera potencia global. La buena noticia para el pueblo chino es que su país no está exento de esos cambios, pese a las maniobras que pueda emprender la élite gobernante.

 

Myanmar inicia hoy un duro camino para intentar la reconciliación nacional, el regreso de los militares a los cuarteles, y dar los primeros frágiles pasos hacia una democracia, el respeto de los derechos de los ciudadanos y el fomento libre de la economía de un pueblo trabajador y con una gran tradición histórica y cultural.

 

Al otro lado del mundo, los ancianos cabecillas de la también anquilosada dictadura militar de los Castro deberían tomar ejemplo de la prudencia emprendida por sus colegas asiáticos. En el actual contexto político los cambios no pueden limitarse a meras medidas cosméticas, sino de peso, tal como asumen en estos momentos los gobernantes birmanos. El proceso mundial de la Globalización es imparable y las señales de sus cambios de mentalidad y estructuras comienzan a aparecer también en la isla del Caribe, sin esperar lentas autorizaciones burocráticas o dubitaciones de ancianos con ínfulas dinásticas para sus retoños. El tiempo pasa y la nación que no reciba su libertad de manera civilizada, firme y segura, la conquistará de otras maneras.


sábado, 10 de diciembre de 2011

Mensaje al Pueblo de Cuba: Día Internacional de los Derechos Humanos

por Dr. Darsi Ferrer

 

8 de diciembre de 2011


La Habana, Cuba.  Como ya es tradicional desde el 2006, saldremos a conmemorar el Día Internacional de los Derechos Humanos, el 10 de diciembre, con una marcha en el parque Villalón del Vedado, sito en Calzada, entre D y E. La Marcha comienza a las 11:00 de la mañana, en silencio, sin carteles ni consignas.

 

En las ocasiones anteriores las autoridades del régimen han apelado a la violencia mediante turbas agresivas que golpean a los participantes, además de los arrestos arbitrarios y las amenazas. Insistimos en esta acción por la necesidad que tenemos todos los cubanos de desmontar la violencia, el odio y la intolerancia que reina en la nación tras medio siglo de totalitarismo. Todos ansiamos paz, justicia, tolerancia y una convivencia civilizada, sostenida por el respeto a las libertades individuales y a los derechos fundamentales, garantía de la dignidad de las personas.


EEUU, centro económico global

por Dr. Darsi Ferrer

 

29 de noviembre de 2011

 

La Habana, Cuba.  Cada vez es mayor el número de analistas internacionales que dan por sentado la inminente sustitución de Estados Unidos por China como nueva y pujante primera potencia mundial. Las bases para esa hipótesis la fundamentan en el crecimiento económico que por años ha formado parte de la China disfrazada de capitalista, que ya supera en sus exportaciones a gigantes como Japón y Alemania, así como por el creciente monto de dólares, títulos de deuda y bonos del Tesoro norteamericano que acaudala a manos llenas, entre otras razones.

 

Sin embargo, ¿realmente es esto un hecho incontrovertible? De cierto, otra buena parte de la opinión especializada sostiene lo contrario. Afirman que el modelo chino es una enorme burbuja económica cuya frágil base de sustentación está minada por significativas contradicciones sociales, políticas y económicas que representan un serio lastre para el futuro de la nación. Ante esta disyuntiva de dos aparentes realidades de un mismo fenómeno, los hechos demuestran que China, más allá de las engordadas cifras de desarrollo, en el orden interno oculta la debilidad de un despiadado modelo explotador que poco lo recomienda como próximo líder global.

 

Es palpable que en las élites de ese país asiático pervive un resentimiento de milenaria potencia mundial, condición que le duró hasta hace apenas un siglo, cuando sufrió el despojo y la humillación neocolonial a manos de Occidente. Ese viejo complejo motiva un impetuoso impulso en el orden de su proyección externa, exportando la visión explotadora nacional, ausente de transparencia y nutrida de prácticas económicas desleales. Aunque utiliza con éxito los instrumentos de modernidad que le aporta la Globalización, al negarse a la democracia y al Estado de Derecho, en sí misma estructura y fomenta elementos de resistencia que la hacen peligrosamente inestable ante la creciente realidad diversa y moderna de la actual corriente civilizadora. De hecho, el modelo chino es un calculado proyecto de desarrollo sostenido sin repercusión en las libertades individuales de su pueblo.

 

Resulta verdaderamente deshonesto que muchos agoreros del nuevo advenimiento chino ni siquiera mencionen que esa nación persiste en ser una dictadura totalitaria. Ni se le da importancia a que sea regida por el mismo Partido Comunista que organizara y dirigiera tantas campañas y represalias que le costaran la vida y sufrimiento a millones de sus ciudadanos. Un país controlado con mano dura por una clase elitista que tiene como principal objetivo su propio enriquecimiento. Como expusiera un experto dudoso de la próxima primacía mundial china, “la población aceptó la obediencia a cambio de mejorar su nivel de vida y el Partido Comunista aceptó la transición económica y social a cambio de mayores privilegios”.

 

Esto incluye ejemplos hasta de rancio colonialismo, como la ocupación forzosa de la región del pueblo uigur de tradición musulmán. O como el caso del Tíbet, víctima de una invasión militar china en la década de los años 50 del pasado siglo, agresión que costó la muerte de un millón de tibetanos y la destrucción de buena parte de su acervo cultural. Ambos son obstáculos presentes e insalvables hacia el desarrollo real y humano de los derechos del gran pueblo asiático.

 

Anunciándolo cínicamente como una etapa necesaria para construir el desgastado fantoche del mítico y futuro Comunismo en el que nadie cree, el Partido Comunista chino ha dispuesto y bendecido la abierta y descarnada explotación de su enorme población a manos de los inversionistas extranjeros y los funcionarios nuevos-ricos del gobierno. Sin derecho a huelga, reclamaciones salariales, vacaciones o licencias por enfermedad o maternidad, los trabajadores chinos se desgastan en agotadoras jornadas de 12 y 14 horas diarias, seis días a la semana. Siempre bajo la amenaza de despido ante la menor muestra de debilidad, están presionados a esforzarse al máximo debido al enorme número de parados que esperan ansiosamente ocupar una vacante en la cadena productiva. De esta manera, el pueblo chino sufre en pleno siglo XXI los dantescos episodios de la peor etapa de explotación de los orígenes del capitalismo primitivo.

 

El Partido Comunista promotor de toda esa conveniente “pujanza económica” cuenta con el férreo control directo de más del 60% del país, donde se ha cuidado mucho de que no llegue la imagen de vidriera de la zona costera Oriental. Los sectores estatal y privado quedan bajo un poder central y en ambos el Partido-Estado impone no sólo decisiones administrativas incuestionables, sino que también obliga a rajatabla tasas de precios y costos. Y a pesar de que el Estado consume alrededor de un tercio del gasto público en subvencionar sus empresas para mantenerlas a flote, ofrece apenas un mínimo de salvaguarda al sufrimiento popular, autorizando sólo un reducido gasto en sanidad y pensiones, y excluyendo sufragar cualquier subsidio por desempleo.

 

La división del país en tres áreas económicas que requieren de un pasaporte interno para pasar de las zonas pobres a las de empuje económico favorece el modelo de explotación de la masa laboral en China, aunque no sólo dentro del territorio nacional. En varios países del primer mundo y en vías de desarrollo de Occidente, recientes denuncias demuestran casos flagrantes de brutal expolio de mano de obra china exportada. Y severas prácticas de matonismo empresarial han tenido lugar en países de creciente influencia china en África, como Zambia, reprimiendo violentamente las huelgas de mineros provocadas por violaciones salariales, o en la también minera Shougang de Perú. Por otra parte, llueven las denuncias y alarmas por las crecientes falsificaciones y alteraciones de productos de fabricación china. Acciones fomentadas por ánimos de irresponsable y desenfadado lucro, lo que mina la confianza de consumidores occidentales para el consumo en surtidos tan disímiles como los productos lácteos y juguetes hasta los sistemas electrónicos de armamento.

 

En América Latina, muchos elementos de las castas intelectuales y dirigentes, más allá de realidades palpables, persisten en mantener con vida el viejo andamiaje del antiamericanismo y son los más entusiastas en otorgarle a China el papel de próxima primera potencia. También conforman las filas de los mayores vaticinadores del desplazamiento del centro económico mundial de los Estados Unidos hacia la nación más poblada del mundo. Dan por sentada esta versión de los hechos como el del supuesto abandono y desinterés de la nación norteña hacia sus vecinos del sur.

 

Más, esto sólo es el delirio deseado por esas élites antinorteamericanas. Como alguien dijera con mucho acierto, los hechos son tozudos y desmienten toda falsa presunción. En la realidad que atormenta a esos personajes, América Latina no sólo sigue siendo el mayor centro de la inversión del capital norteamericano, superando por tres veces el de China en la región, sino que cerca del 50 % de las exportaciones norteamericanas tienen como destino a Latinoamérica. Además, cada año esta región se beneficia de las transferencias de tecnologías modernas y programas de ayudas económicas de los Estados Unidos, así como de tratados comerciales preferenciales. Las remesas familiares enviadas por los emigrantes latinoamericanos radicados en Estados Unidos, pese a la crisis económica, superan los 60, 000 millones de dólares, mucho más que las provenientes de Europa y Asia. En cambio, el comercio de la región con China se concentra en la exportación de materias prima, y prácticamente no encuentra mercado para incluir en el intercambio producciones con valor agregado. Situación que no favorece el desarrollo y la solides de las economías de Latinoamérica.

 

Contrario a las afirmaciones predominantes en el discurso de los personeros de la izquierda internacional, que no se cansan de denunciar un interés determinante de EEUU por asentarse y controlar los recursos económicos del Medio Oriente, el desplazamiento de su eje de intercambio comercial global a donde lo dirige es al Asia. No obstante, no hay dudas de que estas variaciones no modifican la persistencia del centro económico mundial dentro de los límites geográficos de Estados Unidos, el que da señales claras de reacomodo de capitales, empresas y empleos dirigidos hacia su costa occidental. Recientes acuerdos regionales de las naciones suramericanas que bordean el Océano descubierto por el conquistador español Balboa y los flamantes tratados de libre comercio firmados por Estados Unidos con Panamá y Colombia consolidan esta tendencia de preparar a la región hacia un mayor intercambio comercial en la zona económica del Pacífico, desde ya más sólidos e importantes que el lento crecimiento del otro gran proyecto económico regional de América Latina, el convenio atlántico de Mercosur.

 

Las instrumentaciones hacia el desarrollo de la región de cara al Pacífico tienen mayor viso de realidad que configuraciones regionales conformadas por una visión de politizado resentimiento y banal enfrentamiento geopolítico con la nación que, en la realidad que se insiste en ignorar, es la que más los favorece. Así, engendros voluntaristas como el semi-cadavérico ALBA y el endeble UNASUR parecen empezar a formar parte de las leyendas heroicas, e inútiles, del resentimiento antiimperialista latinoamericano.