Darsi Ferrer
El campo de concentración de
Auschwitz tenía su propia lógica. En su diseño todo encajaba. Los cautivos que
no morían a la llegada sólo duraban un promedio de seis meses. Se aprovechaban
todas sus pertenencias, reciclándolas entre la población aria del Tercer Reich.
Además, les extraían las piezas dentales de oro y se recuperaban las prótesis.
Con la grasa humana se hacía jabón. Algunas pieles tatuadas terminaban en
pantallas de lámparas y como petacas para tabaco. Los cabellos eran utilizados
en la fabricación de zapatillas especiales para las tripulaciones de los
submarinos. Las cenizas de los crematorios resultaban abundante abono… En fin,
todo era productivo, racional… hasta que los tanques de guerra aliados abrieron
aquella realidad al mundo exterior.
Una pertinaz visión
esquemática, también con su propia “lógica” sobre el futuro próximo de Cuba, ha
sentado sus reales tanto en ingenuos como defensores de la actual dictadura
militar desgastada en el poder. Hasta lo que da la vista, toda valoración
crítica a los asuntos nacionales marcha casi siempre a la saga y en la estela
de las intentonas del régimen por hacer sobrevivir, y no cambiar, el sistema
imperante en la isla.
Se concede demasiado crédito
a un régimen totalitario que, de por sí mismo, es un absurdo. De un sistema
dictatorial como el que rige el destino de la nación cubana resulta disparatado
esperar sensatez. Así se aceptan las premisas de lo irrazonable. Si la junta
militar gobernante amaga en una u otra dirección se le ensalza o se le critica,
mas ambos criterios aceptan la “lógica” de los acontecimientos. Denominadas
“actualizaciones” por el oficialismo, “reformas” por los optimistas y
"pasos insuficientes" por adversarios, se llega al extremo de valorar
esas medidas como promovidas por una sincera y pragmática voluntad de
transformación. Y hasta cuentan con un persistente optimismo alucinado y
solidario de analistas y de diversa prensa que otorga virtudes de progreso a lo
que no es otra cosa que un desmontaje totalitario de la responsabilidad, con el
cínico objetivo de la brutal y más que aburrida perpetuación de los Castro en
el poder.
Aceptar sus designios sobre
cualquier asunto, el que sea, es un trastornado error de encantamiento
político, si no se trata de medidas que impliquen cambios estructurales que
modifiquen la esencia de su modelo totalitario, como podría ser el
reconocimiento a la libertad de expresión, reunión y asociación, el derecho de
huelga, la garantía del pleno ejercicio de la propiedad privada, y otros…
Sin embargo, para evaluar un
panorama que continúa su tránsito a la ruina, amigotes, simpatizantes y
cubanólogos de todas las vertientes, se aferran a lo gastado en el análisis.
Por malas o buenas razones, se excluye aceptar como método de escrutinio de la
sufrida realidad nacional las nuevas reglas de transformación política, social,
económica, cultural y de cuanto hay que se están imponiendo a diario en el
mundo. De un modo u otro, se evita proyectar la situación de la isla contra el
telón de los recientes acontecimientos mundiales.
Es preocupante que el
mensaje oficial de conceptuar la Globalización como algo peligroso para el
futuro, maquinado como una conjura gigantesca desde los centros financieros
mundiales, también parezca haber calado entre los que proponen un paulatino
establecimiento del Estado de Derecho y la democracia en Cuba. La Globalización
es una fase nueva de civilización y un aliado formidable para los pueblos
oprimidos bajo la bota represiva de cualquier índole. Todo el que ahora de
alguna manera acceda a un computador, un teléfono celular, reciba email, vea en
DVD o transporte en una memoria accesible a puerto USB cualquier información
liberada de la férrea censura del régimen, ya está navegando en la espuma de la
modernidad.
Para los fundamentalismos,
populismos, autoritarismos y regímenes totalitarios, así como las sociedades
conservadoras y con desconfianza del caos incontrolable y creativo que trae el
mundo, las tecnologías, sobre todo de comunicación, les están dando un
inesperado vuelco a sus viejos esquemas sociopolíticos y económicos. Y para
mayor estímulo de posibilidades, hace que todos los fenómenos contemporáneos se
liguen de una manera increíble: la crisis financiera y económica de buena parte
del Occidente industrializado, el triunfo electoral del Partido Popular en
España, la situación de salud del gobernante Hugo Chávez, las limitaciones de
la política del Estado de Bienestar, el desarrollo del programa nuclear iraní,
la Primavera Árabe. Influyen directamente en la repentina transición hacia la
democracia en Myanmar, la incipiente crisis geopolítica de potencias emergentes
como China, con una estructura de hegemonía trasnochada, o de Brasil, con la
futura gran zona de desarrollo mundial, la cuenca del Pacífico, colocada justo
a sus espaldas… Todo lo conocido de repente se vuelve convulso, buscando un
nuevo acomodo, una nueva fase de imparable desarrollo.
Son irrupciones tan
sorprendentes que aún están por definir la amplitud que podrá alcanzar sus
posibilidades, pero sin dudas en estos mismos momentos prosiguen transformando,
cada vez más acelerada y totalmente, la realidad global y los patrones de
análisis a futuro.
Permanecer encallado en el
mismo arrecife de clichés históricos de hace una década conduce a
conceptuaciones de un presente y futuro sin vínculo alguno con la realidad
contemporánea. Todos los casos recientes son trascendidos y mutados por eventos
asombrosos, revueltos por las fuerzas globalizadoras que se aceleran por día.
Han sido y serán protagonizados por los que se identifiquen, entiendan y
utilicen sus modernos instrumentos, sin la presencia predominante de élites
profesionales, líderes carismáticos y personalidades políticas o morales que no
se hayan actualizado como protagonistas de esta transformadora visión.
Pese al esquema consolidado
del aislamiento geográfico, carente de libertades y en plena práctica de un
empecinado apuntalamiento, Cuba está incluida en esa vorágine. El régimen, que
tiene cada vez un espacio más reducido de maniobra, apuesta porque la población
no se percate de su protagonismo. Pero más allá del arrollador movimiento
invasivo de los medios de comunicación y las redes sociales, imposible de
detener sin tener la certeza de quedar fuera de conexión con el mundo, el
aumento de los intercambios interpersonales conforma profundos cambios
sociológicos y culturales en la población.
Gracias a la concatenación
con la ola liberadora que sacude al mundo los cubanos vuelven a redescubrir su
maltrecha y secuestrada pertenencia a la cultura occidental, abandonando los
gastados ropajes del pobretón y pusilánime Hombre Nuevo que aún se les intenta
hacer portar.
¿Podría alguien explicar por
qué en un país totalitario, donde se supone que todo está controlado al
dedillo, funciona el juego prohibido de la lotería a todo lo largo y ancho del
país? ¿Daría alguien una pista de cómo el mercado negro, esa paradójica área
clandestina de libertad económica y corrupción desenfrenada, sigue coleteando
ante las narices de un Estado prohibitivo y represor? ¿Cómo se conjugan estas
circunstancias con la supuesta particularidad del caso cubano?
El argumento de que el
pueblo cubano es cobarde, o que ha perdido el “órgano de la rebeldía” es de una
manoseada simplicidad que evita analizar los hechos. Confirma el poco o ningún
vínculo serio que se establece con las revueltas triunfantes en la antigua
Checoslovaquia, Rumanía, Polonia, Alemania, la desintegrada URSS, y
recientemente en Túnez, Egipto, Libia, Siria, y otros. Todos esos pueblos, ya
se sabe hasta la saciedad, aguantaron atropellos e injusticias de todo tipo,
sus regímenes no eran más “suaves” que el cubano y parecían condenados a un
inmovilismo de por vida. Pero aceptar valorarlos diferentes al de la isla es
una forma de pensar enfermiza, circunscrita a los términos y límites impuestos
por un pensamiento retrógrado interesado en la auto-anulación. Es quedarse
voluntario en el razonamiento del platanal castrista.
En la medida que los cubanos
logren vincularse con la realidad global, con las nuevas corrientes libertarias
de la modernidad, el régimen se volverá menos creíble y más frágil. Sus
premisas de supervivencia como única solución se derrumbarán ante el fárrago
cambiante de un mundo que llega impetuoso a las fronteras del país. No es algo
que pueda ser detenido ni manipulado por estrechos intereses. Mucha razón tenía
el papa Juan Pablo II cuando proclamó “¡Que el mundo se abra a Cuba y Cuba se
abra al mundo!” Pues bien, esa premisa está llegando. Se debe aprovechar en
favor de la libertad y el progreso.
darsiferrer@yahoo.com
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