Darsi Ferrer
La recién concluida Cumbre
de las Américas fue una buena ocasión para discutir con veracidad el asunto de
la oveja negra cubana. Pero se quedó en el tintero. Otra vez se puso en
práctica los remanentes de la vieja política trasnochada de la Guerra Fría,
para intentar manejar a este díscolo sujeto descarriado en el hemisferio desde
hace más de medio siglo.
Son numerosas las
aproximaciones desajustadas con el obtuso régimen que no da señas de asumir la
necesidad de adoptar reformas verdaderas. Por un lado, Estados Unidos con su
embargo comercial transformado en una práctica de consuetudinario
"jab" para mantener la distancia, y sin efecto pretende aislar al
totalitarismo antillano; por otro, la Unión Europea con su frágil valladar de
la Posición Común, que no pasa de ser un reproche moral muy comedido hacia la
dictadura, mientras permite que desde su zona les hagan llegar solapadamente
financiamientos y tecnologías; que decir de los países latinoamericanos,
simpatizantes abiertos, disimulados o indiferentes de las violaciones a los
Derechos Humanos que a diario pone en práctica el régimen cubano, se desgastan
en el intento de ponerle colorete a la única y más vieja dictadura militar del
continente, y pujan por recibirla como un invitado más en las reuniones
democráticas.
Todas estas políticas
parecen resistirse al cambio de enfoque y de aproximación a los problemas
irresolutos que imponen en la época actual las modernas dinámicas de la
Globalización. Sencillamente, el mundo marcha aceleradamente hacia otra fase
comunicativa, de interrelación cada vez más profunda y activa entre las
naciones. ¿Cómo justificar la insistencia en el aislamiento a la antigua para
tratar el caso cubano? Y a la vez, ¿cómo persistir en ver a la dictadura
militar cubana como un país común y corriente?
La inclusión también va con
Cuba, pero no como una nación estable, democrática y en el camino de la
integración con el resto del mundo. Hay que incluirla en todas las esferas de
interrelación global, pero para esperarla en la puerta con escoba democrática
en mano y todo el tiempo que dure cada evento pasarlo dándole escobazos
democráticos con ella a los ilegítimos representantes isleños, recordándoles
que no son iguales al resto de los presentes y que no se les acepta su
constante metedura de forro.
Los detentores del poder de
la presente Cuba son miembros de una casta depredadora que hace más de medio
siglo mantiene secuestrada la soberanía mediante el uso de la fuerza y que
ejercen un total desprecio por la voluntad popular. Por tanto, en el marco del
escenario nacional, continental y mundial no tienen legitimidad alguna, y esa
incómoda verdad hay que reprochársela cada vez que haya oportunidad de hacerlo.
Gobiernan a base de intereses y antojos con el único fin de conservar sus
privilegios y obligar al pueblo cubano a vivir en la miseria bajo el prisma de
su estrechísima visión del mundo. El cubano es un pueblo secuestrado, similar a
las víctimas que sufren a manos de las FARC u otro tipo de delincuentes. Lo
único que acumula es creciente sufrimiento, constantemente arreado hacia la
explotación por dictadores que se han adueñado del país y lo utilizan como una
finca familiar.
Aceptar a la dictadura de
los Castro en todos los escenarios políticos no está mal, siempre que no se
lleve a la mesa como un invitado más y que se sientan a gusto para desatar sus
andanadas de insultos, o ataques contra el sistema democrático que sí ha
elegido al resto de los presentes, y convertir esos sitios en tribunas desde
donde acusar a su eterno enemigo a muerte, al que sin embargo le compra comida,
medicamentos y le suelta el excedente poblacional que no tiene cómo mantener y,
para colmo, le acepta subvenciones, los Estados Unidos de América. A esa Cuba que
se quiere aparecer en esos sitios hay que tratarla como se merece: como
peligroso derrelicto que intenta siempre sabotear el proceso democrático e
integrador. Hay que aprovechar todos los encuentros para zarandearla con las
verdades que se acomoda en no escuchar.
Pese al esquema que parece
flotar como certeza de Perogrullo de que el presente gobierno de la Habana no
constituye un peligro para la estabilidad del continente, tal como activamente
persistiera en serlo antes, la verdad está a la vista. La dictadura isleña ha
promovido y promoverá todo tipo de organización regional o gobierno que
enfrente al Norte de América con el resto de las naciones del continente,
cuestionando o emponzoñando desde dentro de los marcos democráticos de la
región, similar a lo ocurrido en Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Bolivia,
Honduras y Haití. Así también remacha los viejos clichés de desconfianza, odio
y temor hacia unos Estados Unidos diabolizados. Se ha visto que esto es algo
que parece muy oportuno para personales intereses en determinadas élites
gobernantes de América Latina. Por lo cual, comienzan a surgir como hongos en
el panorama político del área instituciones sin verdaderos ánimos de
integración económica incluyente, sino politizadas como la CELALC, ALBA, UNASUR
y otras que deben andar aun cocinándose, francamente exclusivas del miembro más
poderoso e influyente, los Estados Unidos, lo que es un absurdo criminal para
sus propios pueblos.
No obstante, los gobiernos
que apoyan estos experimentos, presentados como cumbres de los países del Sur
realmente integradoras se autoengañan. La presente debilidad del régimen cubano
no le permite hacer su vieja política de intervencionismo armado y subversión
violenta, pero la metástasis de su naturaleza destructora del Estado de Derecho
sigue viva y se filtra en cancillerías, partidos, instituciones y supuestas
políticas nacionales, en donde constantemente intenta poner en práctica la
trasnochada intentona de excluir a los Estados Unidos, a nombre de una unidad
latinoamericana sin visos de conformación económica real, y donde más bien se
ponen en activo viejos rencores y desconfianzas hacia el mayor mercado del
mundo en bienes, servicios y proyectos materiales para el desarrollo. Esas
acciones irresponsables, practicadas por no pocos gobiernos, ponen bajo una
cruda luz los enormes defectos institucionales de las democracias y sistemas
políticos del área Latinoamericana.
Lo que debe quedar claro es
que los actuales y autoproclamados representantes del archipiélago cubano NO
representan la voluntad del pueblo, sino a ellos mismos. Y gozan de tal grado
de ilegitimidad como el que tuvieron en su momento Trujillo, los Somoza,
Duvalier, Pinochet, Velazco Alvarado, los generales de la junta militar
argentina y todo el resto del club de los regímenes que se han encargado de
estrangular el respeto a las libertades y derechos fundamentales de sus
pueblos.
darsiferrer@yahoo.com
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