lunes, 23 de mayo de 2011

Siria: la apuesta por la libertad

por Dr. Darsi Ferrer

 

12 de mayo de 2011

 

La Habana. Pese al ejército disparando con tanques, cañones y francotiradores, y a la acción de la policía política haciendo constantes razias en los hogares y secuestrando a conocidos opositores o sospechosos de participar en las manifestaciones contra el régimen, el valiente pueblo sirio continúa manifestándose cada viernes de oración, pidiendo el fin del régimen asadita.

 

La brutalidad de la represión se ha sostenido en parte por la ausencia de una decidida condena internacional, y las más que acostumbradas dubitaciones de un Consejo de Seguridad de la ONU que todavía está atenazado por el fiambre de la realpolitik de la Guerra Fría. Los cálculos de conveniencias geopolíticas y las componendas de pasillo se vuelven más infortunados ante la masacre de una revolución verdaderamente popular, pacífica y que clama por el triunfo de los valores occidentales de libertad y democracia.

 

La persistente brutalidad de la cúpula gobernante de Siria parece haber domeñado el pánico de Bashar al Asad, el que hace apenas unas semanas se apresuró a firmar por decreto el fin del Estado de Emergencia que implantara su padre. Envalentonado por las facciones recalcitrantes en el poder, y por la falta de enérgica condena unánime en la arena internacional, la que deberían encabezar EEUU y la Unión Europea con sanciones drásticas de corte político-económico, el dictador sirio se ha lanzado a por todas contra su propio pueblo.

 

El mundo árabe, revuelto por las mismas premisas libertarias que protagonizan el verdadero principio del siglo XXI, está pendiente de esa lucha desigual. ¿Hasta qué punto podrá mantenerse el conflicto en suelo sirio sin una ruptura en uno u otro sentido? Por un lado el ejército está ante la contradicción de estar matando a sus propios coterráneos que juraron defender, y por el otro el pueblo es masacrado a mansalva y la comunidad internacional no lo apoya con decisión abrumadora.

 

Los argumentos de “defensa del Estado ante la agresión de extremistas islámicos” que blande la dictadura siria para justificar su barbarie no se sostienen como creíbles. Al igual que en todos los casos recientes en el mundo árabe e islámico, la presencia masiva de la población en las calles lo que clama es libertad y democracia, no la ley islámica ni un estado teocrático.

 

Todo indica que el punto de quiebra del pueblo avasallado de Siria ya quedó atrás. Lo estimula la lucha a brazo partido que sostienen en las calles y plazas contra el feroz dictador. No se puede concluir otra cosa al valorar la corajuda decisión popular de afrontar la feroz represión y muertes, y hacerlo incrementando la intensidad y participación en las protestas.

 

Y es que lo que está ocurriendo es una acción de la sociedad civil, que se multiplica cada vez en más ciudades, a pesar del incremento de la violencia gubernamental que intenta aplastarla. Con la matanza, ahora en el pueblo prima la justa cólera y en ella se ha galvanizado la decisión de quitarse de encima el odiado régimen. Su admirable resistencia va provocando grietas irreversibles en el ejército. Y  ante la heroica resistencia de la ciudadanía es probable que en la institución armada estén ocurriendo purgas y que empiecen a abundar las ejecuciones sumarias, anotándolas como víctimas de unos supuestos “terroristas” que actúan contra el Estado. Pero ni siquiera la teoría de la fidelidad a toda prueba del ejército de corte personalista puede salvar las contradicciones abismales a las que está siendo arrastrado por la dictadura.

 

El aparato de la policía política siempre resulta el más cruelmente comprometido con un régimen dictatorial. La tradicional  brutalidad represiva de la que hacen gala se dirige contra todo el que se oponga o dude. Sin embargo, su estructura interna es frágil para sostenerse en esa posición. La caída de todos sus iguales casi intactos en el derrumbe del llamado Campo Socialista dejó al descubierto cuáles son los puntos débiles de estas temidas estructuras de poder.

 

La resistencia a manos descubiertas de la población siria va a tener un límite de control. De persistir la represión, el pueblo se va a lanzar a una desgastante guerra civil, tal como ocurre en Libia. Entonces los sueños de “estabilidad en la región”, que han guiado a los diplomáticos interesados en frenar cualquier acción de enérgica condena a la dictadura de Al Asad se quebrarán con la sangre y la violencia.

 

El régimen de los hermanos Castro debe mirarse bien en ese espejo y meditar. Los tiempos son de cambios, pero no atenazados con remiendos inútiles y convenientes desde y para la cúpula. Los pueblos son los que dictan las condiciones de su futuro, no las llamadas “élites revolucionarias”, mucho menos cargadas con ancianos que representan un  poder envilecido.


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