por Dr. Darsi Ferrer
4 de mayo de 2011
La Habana. Hay una cuota significativa de cinismo que ronda con frecuencia las decisiones del Consejo de Seguridad de la ONU. Su incapacidad para condenar los asesinatos masivos que está cometiendo el régimen de Bachar al-Assad en las calles y plazas de las ciudades sirias, muestra muchas similitudes a los titubeos que permitieron que el dictador libio, Muammar al-Gaddafi, recuperara la iniciativa, permitiéndole consolidar una guerra civil empantanada hasta ahora.
¿Qué imaginan los representantes de los países que integran el Consejo de Seguridad? ¿Qué hay que dejar solos a esos disparejos contendientes en Siria, para que arreglen sus diferencias sin injerencia extranjera y con estricto apego a la soberanía nacional? ¿Acaso intuyen que alguno se va a cansar y optará por abandonar el conflicto: el régimen dictatorial de al-Assad con sus tanques y fusiles de asalto o el indefenso pueblo sirio que está poniendo los centenares de muertos?
Es una situación que apunta a una sola dirección. El régimen de Damasco y sus compinches no van a cejar en la aplicación de medidas criminales para aplastar toda manifestación o reclamo devenido de las multitudes populares que exigen libertades y la apertura a un sistema democrático.
El silencio cómplice de la comunidad internacional, la falta de consenso para adoptar una condena firme ante las matanzas ordenadas por al-Assad y el devaneo diplomático, sólo conduce a un callejón sin salida, además de animar a los genocidas que disparan contra su propio pueblo o reprimen de modo indiscriminado a sus opositores.
Una condena unánime del mundo civilizado es más que urgente. Y mucho más las medidas diplomáticas y sobre todo económicas, que hagan presión efectiva sobre esta cúpula de asesinos que dirigen por sus fueros el país sirio. Ningún argumento político de representantes diplomáticos sobre la conveniencia o no de la caída del régimen sirio y la supuesta desestabilización que provocaría en la región, amén de tener exageradamente en cuenta el disgusto del impresentable régimen iraní, es algo válido ante la represión y asesinatos impunes de una población martirizada y vejada desde hace décadas.
Otra vez se hace necesario recordar que los regímenes dictatoriales viven muy pendientes de cómo se manifiesta la comunidad internacional con alguno de ellos cuando cometen sus fechorías. Y actúan en consecuencia, ante la unánime condena o la desavenencia pasillera, con temor histérico o envalentonamiento psicópata.
En lo que le toca a los cubanos, el régimen de los Castro, recién reverdecido en un cónclave gerontocrático más que frustrante para las esperanzas y anhelos de la población, también observa con atención las dubitaciones de los que deben ser celosos y responsables en el Consejo de Seguridad. Acostumbrados a las bravatas y a la brutalidad, la cúpula gobernante oculta cuidadosamente sus temores y fragilidad ante una futura y directa condena de ese Consejo de la ONU, tomando como referencia el caso de que en algún momento se vean necesitados de actuar salvajemente contra una población lanzada a las calles en reclamo de sus derechos, al igual que lo hace en estos momentos su amigo, el dictador sirio.
La actitud indecisa del Consejo de Seguridad y de otros importantes actores políticos internacionales, como el bloque de las 27 naciones de la Unión Europea, ante hechos injustificables de masacres de civiles como los que ocurren en Siria, debe de cesar de una buena vez. Los pueblos sometidos por dictaduras se están sacudiendo de su letargo y se muestran decididos a transformar el futuro de sus naciones con sus propias manos, a un costo indecible en sangre, represión y sufrimientos. Y eso no puede ser obviado con desaciertos diplomáticos o conveniencias de realpolitik.
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