por Yusnaimy Jorge Soca
5 de febrero de 2012
La Habana. A escasas semanas de la injustificable muerte del opositor Wilman Villar, tras una huelga de hambre de 50 días, otra madre cubana sufre el temor de que las autoridades carcelarias le maten o dejen morir a su hijo en la cárcel. Su preocupación se basa en la frecuencia con que ocurren en Cuba casos de reclusos que mueren por situaciones prevenibles y a consecuencia de los tratos crueles que de modo sistemático se aplican en el sistema penitenciario.
El joven Dariel Garrido Campos, pasó dos meses en la prisión de Quivicán, en la actual provincia Mayabeque, exigiendo a los militares el tratamiento médico que le indicó el cardiólogo para contrarrestar la descompensación de sus padecimientos de hipertensión arterial, cardiopatía isquémica e hipercolesterolemia. Como se negaron a darle las medicinas, el pasado 16 de enero optó por plantarse en huelga de hambre y coserse la boca con un alambre.
La respuesta de los carceleros fue aislarlo en una celda de castigo, sin colchón, ropas, agua ni asistencia médica. Antes le descocieron la boca a la fuerza con una pinza y le propinaron una golpiza salvaje. En esas condiciones lo mantuvieron por dos días y posteriormente lo trasladaron castigado para la prisión provincial del Combinado del Este, donde se encuentra confinado en el ala norte, segundo piso, del edifico 2.
En el Combinado tampoco ha sido llevado al médico ni le entregan los medicamentos prescritos. Y los guardias del penal le comunicaron que su estancia es temporal, ya que la orden de los superiores es enviarlo lejos de la Habana, para alguna cárcel de las provincias orientales, en represalia por sus reclamos.
A los 28 años de edad, Dariel Garrido purga una condena de 42 años por delitos comunes, de los que ya ha cumplido 5. Le ha confesado a su desesperada madre, Gisela Campos Pérez, que las condiciones de su encierro son infrahumanas, que convive hacinado junto a los demás reclusos en las galeras, donde las condiciones de higiene son deplorables, y abundan las ratas, moscas y mosquitos. Se queja de que la alimentación es pésima, poca en cantidad y mal elaborada. Además, que los militares son abusadores y maltratan y golpean a los presos por cualquier motivo.
La Sra. Gisela teme por lo que pueda suceder con su querido hijo. Reclama ante las autoridades de cárceles y prisiones que termine el castigo, y que le faciliten el tratamiento médico que él requiere. Exige que no lo trasladen lejos de la Habana, lo que haría más martirizante el contacto familiar. Y alega que su muchacho está pagando con su libertad por los delitos que cometió, pero que como ser humano merece un trato digno y condiciones adecuadas de reclusión, por lo que aspira a que no lo dejen morir y que garanticen su vida, aunque sea detrás de las rejas.
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