Darsi Ferrer
Siria se acerca cada vez más
a una situación de conflicto nacional donde quedará seriamente comprometida la
paz de toda la región del Medio Oriente.
Lamentablemente para ese pueblo, la intransigencia del gobernante genocida
Bashar Al Assad ha provocado que la resistencia armada contra el régimen haya
superado el protagonismo de la oposición pacífica inicial. Una lucha sin cuartel se extiende
ahora por todo el territorio de esa república árabe. Y la creciente escalada de
las acciones bélicas atrapan en el medio a la población civil, la mayor
resistente y la que más pérdidas humanas y materiales está sufriendo.
Pese a este dantesco
escenario, ya con 10 mil víctimas mortales, 250 mil desplazados internos y más
de 60 mil buscando refugio en otros países fronterizos, es funesto el constante
obstáculo de Rusia y China en el Consejo de Seguridad de la ONU para impedir
una enérgica intervención internacional que detenga las matanzas. En
consecuencia, el régimen sirio se ha sentido impune y hasta alentado a atacar a
su propia población con incrementado poder de fuego, y los civiles indefensos
sufren las atrocidades ejecutadas por el ejército y las fuerzas paramilitares.
La decisión de China y Rusia es motivada por un
infantilismo histórico que parece no poder superar. El pasado imperial
frustrado de ambas naciones les da ínfulas de superpotencias a estos gigantones
con pies de barro. Las contradicciones internas en estas dos naciones son tan
desmesuradas y aun sin un empeño democrático de solución, que sencillamente no
las habilitan para jugar en las Ligas mayores de las superpotencias.
Por un lado, Rusia hace
veinte años perdió la oportunidad de emprender un verdadero proceso democrático
y de Estado de Derecho en el país. En lugar de ello, asumió la vieja herencia
imperial de un panrusismo trasnochado, ahora recargado de capitalismo estatal,
con una sumatoria de más de medio milenio de desastrosos resultados. Sin
embargo, parece llenar unas latentes ansias nacionales de poderío e influencia
geopolítica, aunque sólo se fundamentan en una enorme extensión de territorio y
el arsenal nuclear de la era soviética. En realidad, en su desenvolvimiento
económico Rusia continúa mostrando profundos rasgos de un país subdesarrollado,
exportando materias primas e importando
productos con valor agregado.
China también tiene una
obsesión de pasado imperial que no logra olvidar. Y tras impetuosos y
sostenidos índices de prosperidad económica en una fase novedosa de
neototalitarismo se oculta una turbia realidad surgida de la inmutable negación
de la libertad a su pueblo. Por eso este país asiático comienza a ser
convulsionado por viejas contradicciones internas dentro de su territorio,
constantemente preteridas y aun sin resolver. En un embarazoso perfil donde se
unen: un sistema colonial interno como lo constituyen la musulmana provincia de
Xinjiang y el convulso Tíbet; un país dividido férreamente en tres regiones
económicamente disímiles; una política externa basada en sostenimiento de
viejas dictaduras (Corea del Norte, Birmania, Zimbawe, etc.), a cambio de
beneficios de inversión económica, consolidando un añejo sistema satelital que
ya no se corresponde con la actual evolución geopolítica mundial; como eje
central de este contradictorio contexto, todo ello controlado por un partido
totalitario que, pese a todas las renovaciones anunciadas, como tesis
ideológica fundamental, defiende la explotación de sus ciudadanos como
prerrequisito para llegar al inalcanzable mito de la sociedad comunista.
En la ONU, como resultado de
una incongruente división de poderes que se corresponde a los ganadores de un
conflicto mundial de hace más de 65 años y que no se ajusta a las realidades
políticas globales del presente, ambas naciones abusan de sus privilegiados
puestos en el Consejo de Seguridad. Al obstaculizar constantemente una acción
internacional para detener los crímenes de la dictadura siria contra su
población, Rusia y China intentan proyectar una imagen de grandes potencias con
intereses geopolíticos en la región. Esto resulta completamente inconsistente
con el verdadero peso de ambas en esa zona, y también con su capacidad real
para enfrentar los costos y las mayores responsabilidades que representan
garantizar la paz regional. Para desarrollar ese rol hace falta tener un
verdadero peso geopolítico en el área, como el de Estados Unidos y diversas
potencias de Europa Occidental. Pero
China y Rusia no lo tienen.
Más la peor consecuencia de
esta práctica retrógrada de hacer política apenas comienza a configurarse. De
continuar teniendo éxito con su bloqueo de decisiones al más alto nivel mundial
para impedir una determinada intervención militar con todo el poderío de las
superpotencias democráticas ante las crisis por las que optan y optarán muchos
pueblos actualmente sojuzgados si se les intenta impedir el progreso, van a
consolidar la tendencia conservadora de otros gobiernos autoritarios y
totalitarios para tratar de impedir los cambios hacia la libertad, la
democracia y el bienestar a los que la gran ola de la Globalización está
empujando. Eso significaría escaladas de violencia, conflictos regionales y
guerras fratricidas como las que ahora ensangrientan al hermano pueblo de
Siria.
El reciente ejemplo de lo
ocurrido en Libia demuestra la validez de la rápida y contundente respuesta de
la comunidad internacional, mediando a favor de los pueblos masacrados por
regímenes criminales y perpetradores de violaciones flagrantes de los derechos
humanos. En esa ocasión la abstención de Rusia y China permitió que los demás
países contaran con la autorización del Consejo de Derechos Humanos de la ONU,
para imponer una zona de exclusión que cambio el curso a las operaciones de la
guerra civil desatada en el país y finalmente contribuyo a detener las matanzas
de civiles y derrocar a la dictadura del ajusticiado criminal Muammar el
Gadafi.
Teniendo todo este escenario
presente por las similitudes, los cubanos deben estar muy atentos a la crisis
que traerá la disolución de la alianza con el presente gobierno de Venezuela.
No hay milagros en la economía y el tiempo no perdona los pasos titubeantes de
una dictadura anacrónica. Ante la ausencia de un padrino subvencionador
incondicional como Hugo Chávez, la escasez de combustible y ausencia de moneda
dura suficiente pondrán en precipitado plan de derrumbe la precaria economía
totalitaria de la isla. Renovados y tenebrosos Período Especial con Opción Cero
serían inaguantables para la simple supervivencia: Traerán como consecuencia
conflictos por el poder, crecientes protestas populares y renovados intentos de
fuga por la costa hacia cualquier parte.
Una situación así,
¿provocaría una acción brutal de las fuerzas armadas y el ministerio del
interior contra la población? Y de actuar de esa manera, al igual que ahora con
Siria, ¿Rusia y China impedirían de cualquier modo con un tozudo voto en contra
que una intervención humanitaria de las fuerzas armadas con mandato de la ONU y
representando a la OEA, pusiera fin a una matanza nacional de esa índole?
Los cubanos están convocados
a sentir como suyo el posible y terrible destino de la lucha que heroicamente
ahora sostiene el pueblo sirio para librarse de una casta explotadora y
asesina. También son víctimas y perviven sojuzgados por un grupo maleante,
insensible con el creciente sufrimiento de la empobrecida población. Se añora
en el archipiélago un cambio de sistema de gobierno pacífico, un tránsito
prudente, más firme y continuo hacia esa modernidad que pasa por el lado y es
negada desde hace más de medio siglo. Más de no ocurrir así, y de optar el
régimen por continuar explotando al pueblo de Cuba, también corresponderá a la
población lanzarse a la calle para quitarse de encima la dictadura de los
Castro. Estos gobernantes octogenarios, junto a los Al Asad, Mugabe, Kim Song
Un, y otros, representan lo más retrógrado y criminal disfrazado de estadistas
y salvadores de la Humanidad. Gobiernos como los presentes en China y Rusia,
aunque de modo disimulado, son sus viejos aliados naturales.
darsiferrer@yahoo.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario