jueves, 14 de junio de 2012

El trayecto a la verdadera independencia


Darsi Ferrer

Tras medio siglo de peregrinaje por el rumbo totalitario, Cuba se va acercando justo a lo que más detesta  y pretendió evitar el régimen militar: una relación económica, política, social y cultural cada vez más estrecha con los Estados Unidos. No por vía oficial, sino a través de redes creadas mediante relaciones tejidas por el interés familiar y humano. Situación que representa el paso fundamental hacia el fracaso conclusivo de todo un destino fabricado para un país.

Las fronteras de la Cuba del futuro ya se han ampliado exitosamente hacia la vecina nación que ostenta la mayor prosperidad de la economía de mercado en el mundo. Era lo natural, y se impuso a la larga. Sin embargo, no debió ocurrir de manera dramática sino guiada por una suave y lenta amalgama de intereses comunes, con avances y retrocesos, bajo gobiernos democráticos. Lamentablemente, se estableció por la vía del sufrimiento y del trauma nacional, aún en el campo minado de un proceso de desmontaje de la civilización.

¡Irónico final! El régimen ha envejecido con creciente rigor mortis, cubierto por las pústulas de su fracaso como un mal encavado retrato de Dorian Gray. Este resultado es el mismo que se intentó soslayar a fuerza de soberbia, crueldad y despilfarro. La anciana dictadura aún no se ha extinguido, pero ya nadie cree en sus gastados paradigmas de soberanía e independencia. Lentamente, impulsada por las mismas fuerzas de la Globalización que están cambiando al resto del mundo, la nación empieza el retorno del aberrante desvío impuesto por un grupo y secundada en diversas etapas por buena parte del pueblo en actual servidumbre. Es la clara derrota de todo ese delirio inasible denominado Revolución.

La absurda naturaleza de su proyecto va marcando cada vez más el derrumbe del régimen totalitario. Esta impresión la justifica el mero y vergonzoso hecho de que parasita las remesas que envía el exilio y su metástasis en Venezuela. Además, mediante el secuestro de la soberanía popular, y representándose a sí mismo como la nación, deja en evidencia tres hechos: que ciertamente no representa la verdadera voluntad y ruta que desea la sociedad en el presente; que al soberano, el pueblo, aplastado por el brutal sojuzgamiento y la miseria creciente, se le obliga a comportarse como un niño incapaz de reclamar lo que quiere; y que existe una dependencia total de sojuzgadores y oprimidos por fuentes externas de sustentación.

Quizás esta sea la más antigua razón que influye en el curso de la deriva nacional. Cuba nunca ha sido mayor de edad, o al menos, nunca ha llegado a crecer del todo, a sostenerse con sus propios pies y asumir sus defectos e intentar subsanarlos por esfuerzo genuino. La causa es la responsabilidad soslayada. Primero, por el férreo tutelaje español, luego por el atractivo modelo de crecimiento económico que trajo el apadrinamiento norteamericano (una etapa donde también se dieron los primeros pasos de soberanía, aunque por las consecuencias, no resultaron suficientes) y finalmente la larga etapa de servidumbre castrista. En todas estas fases, con la salvedad del próspero periodo con Norteamérica, la dependencia externa resultó pesarosa y lastrante. En la primera, por la explotación de las riquezas y la imposición de un régimen colonial caduco. En la última, porque la dictadura es totalitaria, explotadora y siempre se ha buscado un aliado que le sufrague su inoperancia, más sólo por estar interesada en su supervivencia, dejando cada vez más en el abandono al pueblo que oprime.

El actual escenario es el de la más frágil dependencia externa de la nación, con mostrada incapacidad de gobernar, y no de sojuzgar, de la tiranía militar. Y en este contexto es peor porque el régimen cubano quedó varado en las reglas que funcionaban dentro de la Guerra Fría. Por ese motivo, de alguna manera imprevisible, será sustituido por un nuevo orden más realista. Más, quizás también dejará como posible alternativa que el pueblo del archipiélago, menor de edad por demasiado tiempo, por inercia histórica pueda sentirse compulsado a arrimarse bajo la sombra de otra guía paternal. Sin embargo, de elegirse esa tendencia, la sociedad cubana repetiría la fórmula equivocada.

¿No será hora de considerar que para la nación llegó el momento de enfrentar los riesgos y venturas derivados de sus errores y de su propio valladar? ¿Se debe seguir pensando en Cuba como el niño incapaz de crecer, esperando que alguien le resuelva sus problemas? ¿No habría que romper el ciclo de tutelaje histórico de colonia española, apadrinado norteamericano y siervo sumiso de los Castro? ¿Acaso todo el trascurrir nacional hasta el presente forjó una idiosincrasia fijada a factores externos para la supervivencia?

Hace medio siglo este período castrista supuso para amplios sectores sociales una etapa de verdadera independencia. Hoy, en la miseria e involución se comprueba lo perjudicial que fue montarse a caballo en una utopía populista y nacionalista, liderada por los deseos y absurdos personales de un narcisista de manicomio, más cuyo germen fraguara en la parte oscura del consciente nacional, incluso antes de que el dictador pudiera comenzar a hacer daño.

Pero justamente debido a esa amarga experiencia los planes de reconstrucción de la futura Cuba no se deberían elaborar fuera de la frontera nacional. Hay que asumir con firmeza que no existen utopías buenas ni malas, ni ingenierías sociales que al intentar aplicarlas dejen de ser nefastas. Y de ser impuestas, más a la corta que a la larga, siempre traen distorsiones terribles. 

Recuérdese como al sustraer del cauce republicano y democrático a las naciones y etnias de la ex Yugoslavia para enfrentar sus naturales contradicciones y necesidades de ajuste produjo un error de origen. Primero por los rezagos institucionales que dejaron el repentino final del decadente imperio austrohúngaro y la disfuncionalidad institucional de los reinos absolutistas balcánicos. Luego, con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, al sojuzgar la represión totalitaria la libre manifestación de los latentes resentimientos.

Para cuando a principios de los años 90 del pasado siglo llegó el fin del control comunista en toda la forzada unión nacional, inesperadamente toda la región se volvió un infierno. Entonces, en medio de la culta y civilizada Europa, que seguro se imaginaba a sí misma de vuelta de todas las barbaries, se fue testigo de lo que puede ocurrir a toda una vasta área cuando se le obliga a ocultar sus realidades y a no enfrentar sus problemas con democracia y libertad. Al iniciarse la terrible guerra de Bosnia-Herzegovina y la llamada “limpieza étnica” que trajo tantas víctimas, se desató un odio reprimido tan grande y cruel que aún hoy, casi veinte años después, continúa siendo fuente de crudos resentimientos y violencia. Ruanda y Burundi fueron otros casos cercanos y pavorosos.

Hay necesidad de analizar estos hechos contemporáneos y sacar lecciones. Seguro que se necesitará ayuda. ¿Qué otra cosa podría esperar un país como Cuba devastado por la miseria? Sin embargo, urge potenciar las vías para que el pueblo cubano sea quién decida desde su propio territorio qué va a hacer con su país. Si de verdad se es consecuente con los principios de la libertad, hay que renunciar al tutelaje y confiar en la sociedad, por muy embrutecida y desconocedora del mundo moderno que parezca. Las contradicciones acumuladas, reprimidas por decreto, se quedaron detenidas en su evolución en el año 1959. Van a salir a flote de nuevo y habrá que lidiar con ellas. Eso no lo va a evitar ningún plan de desarrollo por apadrinamiento.

La lenta y armónica solución de los problemas latentes de la nación no excluyen a ningún nacional en ninguna parte del mundo. Cuba debe enfrentar sus desafíos afrontándolos con su propio pie. Esa es la dolorosa, pero necesaria clave para el saneamiento de toda la huella que ha dejado una historia nunca asumida con la verdad como guía. No hay trillos ni atajos, y debe servir de algo entenderlo en ambas orillas.

Por fortuna, los tiempos que corren son de una importante transición mundial de un estadio de civilización a otro superior. Pese a clamores apocalípticos de todo tipo, la Humanidad se conduce a fases de desarrollo y de vida mucho más positivas que el de la Era Industrial que ya comienza a diluirse lentamente. Esta transición en algunos casos provoca sufrimientos, y muchas veces inevitables trastornos y hasta tragedias que sólo el tiempo podrá curar. Pero es una marcha inevitable, y cada vez  más acelerada, hacia la nueva Era de la Información.

A Cuba le corresponde el privilegio geográfico de estar a sólo 90 millas del motor impulsor de toda esa dinámica global. El reprimido interés de sus hijos isleños por incorporarse de lleno y sacar beneficios de esta ola de modernidad es tan grande que permitirá quemar etapas económicas que en otra época, de arribar la libertad, hubiese tomado mucho más tiempo, con sus correspondientes mayores insatisfacciones e injusticias. Sin embargo, no se puede pecar de ingenuos. También los cambios traerán altibajos, algunos indeseables. No debe  olvidarse la deformación sufrida en el ejercicio real de conceptos como país,  o  libre y soberano.

No obstante, a pesar de todo lo que pueda ocurrir, será necesario no recurrir a padrinazgos externos, a menos que la realidad nacional se transforme en otra Bosnia o Ruanda, Dios no lo permita. Lo más saludable, aunque duro de emprender, será forzarse a confiar en el ejercicio del libre albedrío y reorganización desde el interior de la nueva nación. Quizá como Grecia y otros países en estos momentos, la Cuba futura deba aprender dolorosamente que están desapareciendo las posibilidades de sustentación del desgastado modelo de Estado Benefactor en el que ha vivido adormecida por décadas. Sólo considerando ese aspecto, se podrá imaginar las dificultades que sobrevendrán. Aunque habrá oportunidad de aprenderlo pacientemente, porque toda nación ha tenido el mismo desafío. Ese es el verdadero significado de independencia y  soberanía.

darsiferrer@yahoo.com 

La crisis siria y la libertad de Cuba


Darsi Ferrer

Siria se acerca cada vez más a una situación de conflicto nacional donde quedará seriamente comprometida la paz de toda  la región del Medio Oriente. Lamentablemente para ese pueblo, la intransigencia del gobernante genocida Bashar Al Assad ha provocado que la resistencia armada contra el régimen haya superado el protagonismo de la oposición pacífica  inicial. Una lucha sin cuartel se extiende ahora por todo el territorio de esa república árabe. Y la creciente escalada de las acciones bélicas atrapan en el medio a la población civil, la mayor resistente y la que más pérdidas humanas y materiales está sufriendo.

Pese a este dantesco escenario, ya con 10 mil víctimas mortales, 250 mil desplazados internos y más de 60 mil buscando refugio en otros países fronterizos, es funesto el constante obstáculo de Rusia y China en el Consejo de Seguridad de la ONU para impedir una enérgica intervención internacional que detenga las matanzas. En consecuencia, el régimen sirio se ha sentido impune y hasta alentado a atacar a su propia población con incrementado poder de fuego, y los civiles indefensos sufren las atrocidades ejecutadas por el ejército y las fuerzas paramilitares.

La  decisión de China y Rusia es motivada por un infantilismo histórico que parece no poder superar. El pasado imperial frustrado de ambas naciones les da ínfulas de superpotencias a estos gigantones con pies de barro. Las contradicciones internas en estas dos naciones son tan desmesuradas y aun sin un empeño democrático de solución, que sencillamente no las habilitan para jugar en las Ligas mayores de las superpotencias.

Por un lado, Rusia hace veinte años perdió la oportunidad de emprender un verdadero proceso democrático y de Estado de Derecho en el país. En lugar de ello, asumió la vieja herencia imperial de un panrusismo trasnochado, ahora recargado de capitalismo estatal, con una sumatoria de más de medio milenio de desastrosos resultados. Sin embargo, parece llenar unas latentes ansias nacionales de poderío e influencia geopolítica, aunque sólo se fundamentan en una enorme extensión de territorio y el arsenal nuclear de la era soviética. En realidad, en su desenvolvimiento económico Rusia continúa mostrando profundos rasgos de un país subdesarrollado, exportando materias primas e importando  productos con valor agregado.

China también tiene una obsesión de pasado imperial que no logra olvidar. Y tras impetuosos y sostenidos índices de prosperidad económica en una fase novedosa de neototalitarismo se oculta una turbia realidad surgida de la inmutable negación de la libertad a su pueblo. Por eso este país asiático comienza a ser convulsionado por viejas contradicciones internas dentro de su territorio, constantemente preteridas y aun sin resolver. En un embarazoso perfil donde se unen: un sistema colonial interno como lo constituyen la musulmana provincia de Xinjiang y el convulso Tíbet; un país dividido férreamente en tres regiones económicamente disímiles; una política externa basada en sostenimiento de viejas dictaduras (Corea del Norte, Birmania, Zimbawe, etc.), a cambio de beneficios de inversión económica, consolidando un añejo sistema satelital que ya no se corresponde con la actual evolución geopolítica mundial; como eje central de este contradictorio contexto, todo ello controlado por un partido totalitario que, pese a todas las renovaciones anunciadas, como tesis ideológica fundamental, defiende la explotación de sus ciudadanos como prerrequisito para llegar al inalcanzable mito de la sociedad comunista.

En la ONU, como resultado de una incongruente división de poderes que se corresponde a los ganadores de un conflicto mundial de hace más de 65 años y que no se ajusta a las realidades políticas globales del presente, ambas naciones abusan de sus privilegiados puestos en el Consejo de Seguridad. Al obstaculizar constantemente una acción internacional para detener los crímenes de la dictadura siria contra su población, Rusia y China intentan proyectar una imagen de grandes potencias con intereses geopolíticos en la región. Esto resulta completamente inconsistente con el verdadero peso de ambas en esa zona, y también con su capacidad real para enfrentar los costos y las mayores responsabilidades que representan garantizar la paz regional. Para desarrollar ese rol hace falta tener un verdadero peso geopolítico en el área, como el de Estados Unidos y diversas potencias de Europa Occidental.  Pero China y Rusia no lo tienen.

Más la peor consecuencia de esta práctica retrógrada de hacer política apenas comienza a configurarse. De continuar teniendo éxito con su bloqueo de decisiones al más alto nivel mundial para impedir una determinada intervención militar con todo el poderío de las superpotencias democráticas ante las crisis por las que optan y optarán muchos pueblos actualmente sojuzgados si se les intenta impedir el progreso, van a consolidar la tendencia conservadora de otros gobiernos autoritarios y totalitarios para tratar de impedir los cambios hacia la libertad, la democracia y el bienestar a los que la gran ola de la Globalización está empujando. Eso significaría escaladas de violencia, conflictos regionales y guerras fratricidas como las que ahora ensangrientan al hermano pueblo de Siria.

El reciente ejemplo de lo ocurrido en Libia demuestra la validez de la rápida y contundente respuesta de la comunidad internacional, mediando a favor de los pueblos masacrados por regímenes criminales y perpetradores de violaciones flagrantes de los derechos humanos. En esa ocasión la abstención de Rusia y China permitió que los demás países contaran con la autorización del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, para imponer una zona de exclusión que cambio el curso a las operaciones de la guerra civil desatada en el país y finalmente contribuyo a detener las matanzas de civiles y derrocar a la dictadura del ajusticiado criminal Muammar el Gadafi.

Teniendo todo este escenario presente por las similitudes, los cubanos deben estar muy atentos a la crisis que traerá la disolución de la alianza con el presente gobierno de Venezuela. No hay milagros en la economía y el tiempo no perdona los pasos titubeantes de una dictadura anacrónica. Ante la ausencia de un padrino subvencionador incondicional como Hugo Chávez, la escasez de combustible y ausencia de moneda dura suficiente pondrán en precipitado plan de derrumbe la precaria economía totalitaria de la isla. Renovados y tenebrosos Período Especial con Opción Cero serían inaguantables para la simple supervivencia: Traerán como consecuencia conflictos por el poder, crecientes protestas populares y renovados intentos de fuga por la costa hacia cualquier parte.

Una situación así, ¿provocaría una acción brutal de las fuerzas armadas y el ministerio del interior contra la población? Y de actuar de esa manera, al igual que ahora con Siria, ¿Rusia y China impedirían de cualquier modo con un tozudo voto en contra que una intervención humanitaria de las fuerzas armadas con mandato de la ONU y representando a la OEA, pusiera fin a una matanza nacional de esa índole?

Los cubanos están convocados a sentir como suyo el posible y terrible destino de la lucha que heroicamente ahora sostiene el pueblo sirio para librarse de una casta explotadora y asesina. También son víctimas y perviven sojuzgados por un grupo maleante, insensible con el creciente sufrimiento de la empobrecida población. Se añora en el archipiélago un cambio de sistema de gobierno pacífico, un tránsito prudente, más firme y continuo hacia esa modernidad que pasa por el lado y es negada desde hace más de medio siglo. Más de no ocurrir así, y de optar el régimen por continuar explotando al pueblo de Cuba, también corresponderá a la población lanzarse a la calle para quitarse de encima la dictadura de los Castro. Estos gobernantes octogenarios, junto a los Al Asad, Mugabe, Kim Song Un, y otros, representan lo más retrógrado y criminal disfrazado de estadistas y salvadores de la Humanidad. Gobiernos como los presentes en China y Rusia, aunque de modo disimulado, son sus viejos aliados naturales.

darsiferrer@yahoo.com 

La vacuna de más democracia como antídoto a los males


Darsi Ferrer

El reciente plebiscito aprobado en la República de Irlanda fue el procedimiento más racional para enfrentar los nuevos retos que trae consigo esta fase superior de desarrollo que se denomina Globalización. Y el cuerpo de transición más importante, precisamente porque define el destino de todos los implicados, es el mejoramiento y consolidación del Estado de Derecho y la democracia representativa, es decir, apelar a la voluntad popular claramente expresada en una votación, sobre un asunto tan significativo como resulta el apretarse el cinturón para sanear las finanzas y superar la crisis económica nacional.

Por eso, es de buen tino irse acostumbrando al cada vez más dinámico método de las consultas a los pueblos. Los conceptos de democracia representativa y Estado de Derecho, lejos de estar caducos, se renuevan con ese tipo de ejercicio democrático. Hay que utilizarlos cada vez que se presenten asuntos medulares, que comprometan el futuro de toda la población de un país. No se puede permitir que un grupo minoritario y virulentamente belicoso asuma para sí la representación de la sociedad por el simple expediente de plantarse en un sitio y protestar. Eso no es democracia, si no su tergiversación. Un ejemplo evidente lo constituye el Partido de los Independentistas Puertorriqueños, cuando hace años se proclamaba defensor y voz de la voluntad popular estrangulada por el “yugo yanqui”, y en diversos plebiscitos referidos al asunto de la soberanía se descubrió que apenas representaba algo más del 1 % de los votantes del Estado Libre Asociado.

Si los irlandeses se equivocaron al optar por ese mecanismo, nadie podrá decir que fue por una conjura secreta de un club de millonarios, argumento al que la izquierda crispada le echa garra constantemente para sostener acusaciones de gigantesca conspiración. Y si tenían razón los que por mayoría ganaron la consulta, quedará doblemente demostrado que era un error otorgarle la categoría de “voz del pueblo” a los “indignados” que se proclaman de tal modo, bajo la consigna 99 %.

Este referéndum popular ratifica la responsabilidad con que el pueblo y las autoridades de la República de Irlanda han emprendido el camino de la solución de sus presentes problemas. Es una consecuencia positiva y realista para enfrentar las dificultades surgidas por el reajuste económico devenido del tránsito hacia una fase superior de modernidad. Con sus resultados, la nación europea aceptó el mismo plan de medidas de austeridad al que aparentemente se niegan en masa los “indignados” griegos, españoles, norteamericanos… Es un procedimiento que no deja dudas sobre lo que piensa la mayoría sobre una cuestión de índole general. Como herramienta de soberanía, es impecable.

Muy distinta es la situación en otras naciones del viejo continente, donde el panorama desolador generado por la crisis económica, conlleva a que las élites políticas apelen a alternativas inadecuadas para lidiar con esos problemas y hallar soluciones viables y duraderas. En Grecia los políticos de izquierda, con el liderazgo de Alexis Tsipras se han lanzado a pescar en río revuelto, con la pretensión de aprovecharse de la desesperación y descontento de sus conciudadanos para atrapar el poder. Sin ningún recato utilizan discursos manipuladores, a base de promesas de no adoptar medidas de austeridad, y hasta desechar los acuerdos contraídos con las instituciones del Bloque a raíz de los millonarios préstamos financieros de los que se ha beneficiado su quebrada nación. En España andan por otro trillo también perjudicial. El gobierno derechista de Mariano Rajoy, al que el pueblo de ese país eligió masivamente en las elecciones hace apenas cinco meses, lejos de actuar con transparencia hace lo contrario. Por estos días negoció con las instituciones europeas un rescate financiero de 100 mil millones de euros y no le llama por su nombre. Habla de “ayuda ventajosa” que servirá para recapitalizar a la Banca, y sus declaraciones no convencen, sino que despiertan resquemores y la ira de muchos de sus compatriotas duramente golpeados  por las dificultades económicas.

De modo general, en todas estos naciones sucede que los inconformes se niegan a aceptar el fin de una serie de prebendas y beneficios sociales que ya no pueden cubrirse porque carecen de respaldo monetario, aunque este no es el dilema fundamental. El eje del asunto radica en la propia inviabilidad del Estado como gigantesco creador de Bienestar Social. La práctica histórica ha demostrado que ese esquema sólo sirve para generar, mediante un mecanismo populista de apoyo, desde empleo innecesario e improductivo hasta subsidios absurdos y fondos mal administrados con corrupción aledaña. Y lo que es peor, todo ello justificado por la representatividad delegada cada cuatro o cinco años, sin previa consulta con el pueblo, el genuino dueño de ese dinero. Sólo un pequeño grupo de personas de la clase política en el gobierno de turno es la que maneja los recursos públicos a su estrecho criterio o conveniencia. Esta situación privilegiada de las élites gobernantes provoca un despilfarro de recursos recaudados mediante impuestos, aranceles y otros, en inversiones de beneficios dudosos que pudieran ser mejor concebidas y administradas. Como efecto, muchas personas de sectores vulnerables, completamente desvalidas que existen en toda sociedad, se quedan sin la ayuda que realmente necesitan. Son las víctimas más dolorosas, pero no las únicas.

La población también participa festinadamente en el Estado de Bienestar sin preguntarse mucho o lo suficiente para saber dónde van a parar los recursos que de ellos se recauda. Con demasiada facilidad se dejan engatusar por pequeñas concesiones contempladas como “conquistas sociales” y por el beneficio de subsidios que le hacen la vida supuestamente más llevadera. Acomodados a entregar su voto en las elecciones para que se les cumplan las gratuidades prometidas, le dan la espalda al cuestionamiento de por qué sus insatisfacciones y limitaciones económicas y legales persisten, y hasta se incrementan.

Esta realidad tiene lugar precisamente porque los ciudadanos participan del ejercicio de apariencia democrática, pero que oculta un serio desbalance cómplice entre el soberano y el grupo que los representa por un período de gobierno. Tal desequilibrio no pudiera existir sin el contubernio de un votante interesado en favorecerse de la zanahoria de gratuidades, ni tampoco sin su contraparte, una maquinaria política de partidos de corte democrático que se acomodan y tornan arrogantes y elitistas en el poder. En correspondencia, se crea un círculo vicioso donde todos se corrompen y buscan la manera de beneficiarse de ese maná.

Con posterioridad a la 2da Guerra Mundial, a la par del proceso de crecimiento de naciones democráticas, ha ido consolidándose el esquema de supuesta justa redistribución del ingreso público. Pero el tremebundo resultado general al que ahora se llega por el aceleramiento que imponen las nuevas dinámicas globales, es que la retroalimentación de este proceso tergiversador acumula una deuda cada vez más incosteable, con mayores subsidios, corrupción y burocracia que cubrir.

Los avances de la Globalización como un integrador que nadie gobierna pero que refleja de manera firme y segura las preferencias mundiales, impactan contra aspectos caducos que se resisten a desaparecer de los modelos de civilización. De igual manera que en otras épocas muchos se negaban a abandonar el alumbrado de gas por el fluido eléctrico, que el caballo fuese sustituido por el vehículo motorizado, o la dictadura del proletariado por la sociedad abierta y liberal, en el presente hay quién contempla como un horroroso retroceso el fin de una Sociedad de Beneficencia y Subsidios, de “conquistas sociales” como salarios mínimos, subsidios de desempleo garantizados por generaciones, aumentos salariales generales y la ausencia de una correspondencia entre lo que se produce y consume.

Muchas personas en Grecia, España, Portugal, Italia, Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países de economías de mercado están atrapadas en las contradictorias condiciones que la nueva era pone en entre dicho por ser completamente inviables. Hoy vive una plena crisis el modelo de Estado Benefactor, dueño y ejecutor de los ingresos públicos. Las leyes de la oferta y la demanda, el castigo y el premio a la buena o mala ejecutoria política, aunque parezcan  despiadadas, son patrones de medición más firmes y seguros de ese caballo mustango que es la economía de todos. Pero para llegar a ese consenso, como en el caso irlandés, se requiere expresarlo de manera clara y contundente en todos los aspectos que sean importantes.

Nunca antes como ahora existen las posibilidades tecnológicas para que los plebiscitos puedan dejar de ser un engorroso y costoso proceso de consulta popular. Los medios modernos de comunicación cada vez hacen más real la denominada Súper-Carretera Informativa, donde coinciden los diversos medios de trasmisión y recepción con vastas redes sociales y otros artilugios que de seguro se sumarán. La mejor inversión que puede hacer una nación es establecer el mecanismo especializado para que, sin temor a engaños o manipulaciones, la consulta de la nación en los asuntos vitales sea cada vez más frecuente y precisa. Así se evitarían las trampas que en el presente no sólo se han provocado a sí mismos el clientelismo popular y el elitismo de los partidos, si no lo más importante, se evitaría el sufrimiento, las pérdidas económicas y de propiedad, el rencor y la ira de los más perjudicados.

darsiferrer@yahoo.com 

El jaque mate venezolano


Darsi Ferrer

Existe la posibilidad cada vez más certera de que el otrora hiperkinético Hugo Chávez no llegue a la meta de las elecciones para el cargo presidencial. Tal pronóstico va levantando un muro de sombras en el entrecejo de la carcomida dictadura totalitaria cubana, su embarcador life-coach. Y ciertamente no deja de ser sombrío porque no tienen dónde escoger un continuador de la talla delirante del bolivariano. O, por lo menos, a la altura de lo que le interesa al régimen militar antillano. En esa mesiánica Venezuela del Siglo XXI no es fácil encontrar una similar mezcla de dócil ignorante carismático asperjada con el extremo caldo de la egolatría. Por suerte, o por desgracia, según quién mire, no abunda tanto ese fatal coctel.

Empantanados en sus segundas posiciones tras la aislada sombra del líder en declive por sus padecimientos de salud, las grises figuras relevistas se remueven inquietas. Con angustia ven cómo el tiempo va pasando sin que el empecinado (o sugestionado) Chávez se dé por vencido y ceda el puesto para que uno de ellos intente salvar el escaso tiempo que queda hacia la carrera de las elecciones. Y así, aun si se mirara todo este enojoso asunto con entusiasmo, el que como una dosis de crack la dictadura cubana se insufla a diario, se enfrentaría un futuro escenario de imposibles.

El primero, el menos probable, que Chávez alcance con hálito humano el resultado de lo que se va a dilucidar el próximo octubre y continúe de pertinaz presidente-comandante hasta el 2050. El segundo, que llegue por propio pie y que, como Filípides en Atenas, tras anunciar la victoria aquea en Maratón, caiga muerto en el sitio. Tercero, que se vaya antes de este mundo y en las elecciones, o los turbios tiempos que seguirán para los malos propósitos, ni sus seguidores, y mucho menos los angustiados castristas, se acuerden ya de él. A fin de cuentas, esta sería la puesta en práctica de la filosofía tradicional desde la Sierra Maestra: No me digas lo que hiciste; dime lo que estás haciendo.

En cualquiera de estos crispados casos, queda el escenario de un jaque pastor para el régimen cubano. Ninguno de los seguidores de Chávez que alcance el poder está interesado en mantener ni al oneroso aliado ni a todas esas falsas estructuras geopolíticas creadas con asesoría de los manipuladores consiglieris isleños. El ALBA, el CELALC excluyente de USA y Canadá, el suministro de petróleo regalado, los innecesarios papeles de intermediario económico asignados a la dictadura cubana, nada de esto se va a sostener por una masa geopolítica que en realidad es puro humo.

El peso real de esas instituciones con lo único que se puede comparar es con el inagotable e inútil empeño que le puso Hugo Chávez en crearlas y sostenerlas. ¿Quién no recuerda los papelones del ALBA intentando forzar a Honduras a su credo? ¿O pretendiendo sacar provecho del terremoto haitiano para imponer un régimen de izquierdas? ¿A Venezuela intentando denodada, e inútilmente, lograr una transitoria curul frente a su rival Guatemala en el Consejo de Seguridad de la ONU? ¿O yendo a darle consejos que no le pidieron, y sin caso, a otro mal difunto, Gadafi en Libia? ¿O siquiera el vergonzoso apoyo, aunque el espaldarazo no levantó ni polvo, que le brindaron los cancilleres del ALBA a la feroz dictadura de Al Assad en Siria, mirando hacia otro lado mientras el régimen masacraba ciudadanos que reclaman libertades?

Más lo peor del derrumbe de todo este entramado de instituciones políticas creadas con el fin de establecer un frente “antiimperialista”, será para la víctima más dolida, la fea verruga cubana. No sólo quedará huérfana, sin un benévolo socio a toda prueba que sin pestañar les cubra el desastroso experimento cuartelario con buena parte de la riqueza de su propio país. También terminarán colgando al desnudo sus pellejos de extemporaneidad.

Quizás entonces desaparezca esa veleidosa fascinación que mantienen las élites políticas y académicas latinoamericanas hacia experimentos populistas y totalitarismos de izquierda. Léase Socialismo del Siglo XXI, Revolución Cubana, Revolución Sandinista, Unidad Popular, aprismo o peronismo, hay algo que los embelesa con estas fútiles utopías. Tal vez son motivados por algún ardiente anhelo, bien oculto en las conciencias, de imitarlos no bien caiga la ocasión. Y no es de extrañar, demostrada la durabilidad que tienen estos proyectos absolutistas frente a los torvos y mal encavados regímenes militares de derecha.
Proclamar humanismo y supuesta redistribución de la riqueza nacional siempre es más cool. No importa las atrocidades que generaron en el pasado siglo y que la Historia se ha encargado de revelar. Las elites gubernamentales ignoran olímpicamente los abusos e ilegalidades que acometen estos procesos antidemocráticos, bien distintos a los fundamentos que les permitieron a ellos mismos alcanzar el poder en sus naciones.

Por eso las falsas estructuras regionales, supuestamente creadas para unir económicamente a la vasta región con nexos culturales de un mismo origen ibérico, no sólo fueron concebidas en los profundos rincones donde la dictadura isleña fragua sus fracasados Pinochos políticos. También las élites latinoamericanas dieron su complaciente beneplácito. No ocurrió la repulsa de un régimen democrático ante una tiranía. Se quedaron como de piedra con una larga retahíla de casos diversos, desde el extremista y bandido primer gobierno de los sandinistas, pasando por Bishop y la Nueva Joya en Granada, hasta recalar en el atónito Allende. Con plena injerencia del gobierno totalitario cubano, se pretendió conformar un Frankenstein donde democracia y libertad formales, fácilmente desplazables cada vez que se requiriera, se ligaran con los peores métodos represivos heredados, y perfeccionados por el fatídico Campo Socialista.

Sin embargo, a estas recientes estructuras fabricadas entre el gobierno chavista y la inteligencia cubana ya se les ve la corta vida que les queda. Sin este valladar regional, la dictadura militar cubana quedará más frágil ante la arremetida de los cambios libertarios que trae consigo la globalización. Y aunque parezca imposible para algunos, mírese para el Medio Oriente. El mundo árabe es un buen ejemplo de transformaciones que se consideraban inverosímiles. Aunque aún mucho mejor referencia lo es la distante Birmania, donde una dictadura militar, tan brutal y empecinada como la cubana, ha sabido nadar y guardar los calzoncillos secos, cediendo su mando a los nuevos protagonistas democráticos, con la reconocida opositora Aung San Suu Kyi a la cabeza, a cambio de amnistía para sus crímenes.

El gobierno cubano se niega a hacer lo mismo, ya sea por vejez, temor, arrogancia o falta de imaginación. Más, los Castro saben muy bien que no pueden confiar en los cófrades del enfermo gobernante venezolano. Los apandillados y oportunistas con los que Chávez se ha sabido rodear en vida, en muerte se lanzarán por el camino más corto y lógico de la supervivencia: el pacto con la oposición y con el gobierno de los EEUU. Sabedores que su jefe significa el único valor más o menos seguro para mantenerse en el poder, y ciertos de que no van a contar con él cuando pasen unos medulares meses, se remueven inquietos en sus puestos. Ya deben andar ofreciendo guiños y seguridades a sotto voce, rozando o transgrediendo hacia la traición a la fanáticamente ingenua ortodoxia chavista que les hace corros.

Y en caso de ganar, van a quitarse el brazo asfixiante de la dictadura cubana que tienen sobre los hombros. Desembarazados del molesto garrote cubano, propondrán a la nación un tranquilizante chavismo light. Dejarán de meter ruido regional o continental y ofrecerán parcelas de poder a sus adversarios políticos. Si acaso, cuando a la dictadura castrista le saquen los trapos sucios en los foros internacionales, se mostrarán levemente indignados y solidarios, pero no irán más allá de un cariñoso espaldarazo diplomático. A fin de cuentas, eso cuesta bien poco y deja buen look de progresista. No es difícil reconocer que librados de los pedigüeños regionales, siempre les quedará más dinero para redirigirlo a sus bolsillos.

Y en el caso de perder, que es lo más probable, se sentirán inspirados por el viejo ejemplo de la “piñata sandinista” y el moderno de los viejos dictadores birmanos. Con esa palanca a mano, se querrán garantizar inmunidad y el borrón y cuenta nueva para sus personas. Para dar fe de sus nuevos propósitos, garantizarán el desmonte cubano con claros y firmes pasos. A cambio pedirán que se archiven las pistas frescas de todo lo que se robaron en gruesos numerarios durante el triunfalismo chavista. Saben que, de vencer la oposición, hay demasiado por hacer para reordenar el país hacia un cauce más normal que este carnavalesco período galopante. Fuera de juzgar a unos cuantos chivos expiatorios entregados por los mismos pactantes oficialistas en retroceso, no le durará mucho la furibunda confrontación política al nuevo gobierno. Sería demasiado para una nación que ha cosechado una amplia sarta de problemas en los últimos años.

En conclusión, y para lo que más interesa a los cubanos, la dictadura militar se va a quedar como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando. Perderá la plataforma económica que los mantiene respirando y la plataforma política regional que los aupa y legitima. Sus contubernios con algunos repentinos amigotes emergentes y oportunistas del exilio, la jerarquía de la iglesia católica en la isla, y algún que otro aliado solidario desde lugares demasiado distantes, o sólo moralmente, no le van a llenar el tanque de gratis ni en cantidad suficiente como para seguir moviendo su destartalado perol. Malos tiempos se avecinan para ellos y duros, pero definidores, para un pueblo que sólo está pensando en cuando llegará el pollo a la bodega, en podrirse en vida contemplando el culebrón brasileño de turno, o en salir echando por cualquier hueco de la alambrada frontera.

darsiferrer@yahoo.com 

Douglas Rodríguez, el coraje y la gloria


Darsi Ferrer

Ayer escuché en los medios informativos nacionales la triste noticia de la muerte repentina en su humilde casa del Vedado, por un presumible infarto cardiaco, de la gloria del boxeo Douglas Rodríguez.

Inmediatamente me vinieron a la mente los emocionantes recuerdos del día que lo visité por el año 2007 junto a mi querido amigo español, Manuel Benito del Valle, con el propósito de hacerle una entrevista para el documental (KnocKoutKuba)) que finalmente pudimos realizar con varios de esos grandes hombres que dieron gloria y brillo al deporte cubano, en especial, al boxeo mundial, y que cínicamente fueron desechados cuando llegaron a su ocaso deportivo y los condenaron al olvido y al total desamparo.

Después de la dorada época de los abrazos, felicitaciones de los más altos dirigentes y de disfrutar de determinados privilegios y prebendas mientras servían de instrumento de propaganda para combatir al “Imperialismo” y legitimar la “magnanimidad” de la Revolución, llegó la cruda realidad para esos grandes pugilistas, que se sacrificaron y entregaron lo más vital de sus vidas a poner en alto el nombre de la nación cubana a nivel global.

Todavía se recuerda como el propio Douglas peleó en el mundial de la Habana 74´ con fracturas en ambas manos. Su determinación de entregarle la victoria de oro a su pueblo y su compromiso con el entonces presidente Fidel Castro, de colgarle la medalla de oro en el pecho, le hizo obstinarse y pedirle al médico del equipo que le inyectara con anestesia local y así salió al cuadrilátero, donde a base de un derroche increíble de coraje venció a todos sus oponentes y se coronó campeón.

Parecidas son las historias de otros corajudos deportistas, que también han seguido por el corralón que les impone el castrismo. Les hacen creer que son protagonistas no de la historia de un país que siempre ha tenido afinidad y resultados impresionantes en los deportes, sino en el combate ideológico, defendiendo una noble causa de justicia social, que termina siendo una gran estafa, pues a los Castro y su cohorte lo único que les interesa es su propia gloria, lo que se traduce en conservar el control del poder a como dé lugar y desprecian a quienes ya no les sirven en función de sus intereses de sojuzgamiento.

Douglas pasó su vejez tirado a la basura, en completa miseria y enfermo por el alcoholismo que le aquejaba. Ninguno de los vampiros del gobierno se preocupó por brindarle asistencia médica, ni por garantizarle un mínimo de atenciones para que sobreviviera con más decencia y dignidad. Era muy doloroso saber que andaba muchas veces borracho tirado por los portales, mendigando algún trago de ron por los bares y sin medios para mejorar su dramática existencia.

Ya le llegó su eterno descanso y casi seguro se fue sin poder entender el por qué su camino se torció de esa lamentable manera. Se debe haber llevado a la tumba muchos sinsabores, disgustos e incomprensiones. Y no es para menos, merecía toda la admiración de sus coterráneos y el eterno agradecimiento por su obra, que nos llenó a todos de alegrías y orgullo patrio.

Ahora mismo, lo que se me ocurre decirle a ese grande entre los grandes es: Descanse en paz campeón, usted siempre tendrá un lugar cimero en la historia de este país que lo recordará no como víctima de una pandilla de desalmados inescrupulosos, sino como la gloria deportiva y cubano integro que fue y será por siempre.

darsiferrer@yahoo.com 

El verdadero rostro del aparato de la inteligencia cubana


Darsi Ferrer

Es hora ya de exponer la real dimensión del mito de la capacidad que ha ejercido y ejerce la inteligencia cubana (y léase también la policía política, su aspecto menos romántico e impresentable). Y nada mejor para distinguir con claridad sus limitaciones y lastres que compararla con la de otra pequeña nación, el estado de Israel, rodeado de verdaderos enemigos, no ficticios como se los fabrica el régimen de los hermanos Castro.

La región donde se encuentra el estado mediterráneo se denominaba Palestina, más no porque fuera una nación independiente y reconocida bajo tal nombre. Históricamente, en ese territorio convivían comunidades hebreas y árabes, de culturas y religiones mahometanas, judías, cristianas, nestorianas y otras. De hecho, no existían los términos israelita o palestino para designar una nacionalidad, y de la misma manera que una nación israelí fue reconocida por la ONU, los palestinos tuvieron similar oportunidad de crear su propio estado independiente.

Cuba, luego de denodados esfuerzos, logró liberarse del colonialismo español gracias a la decisiva intervención de las fuerzas militares y, sobre todo navales, del vecino EEUU. El archipiélago fue uno de los últimos territorios en alcanzar la soberanía en la región. Pese a ello, gracias a la enorme inversión  de capital norteamericano, una creciente emigración europea, y al ingenio y la industria de los coterráneos en el marco de una sociedad libre y democrática, el país superó con creces, y mucho antes de cumplir el medio siglo de fundada, los niveles de vida de naciones latinoamericanas que la habían precedido en casi un siglo de emancipación.

Israel es una democracia parlamentaria basada en elecciones pluripartidistas y periódicas, con reconocidas libertades de expresión, asociación, movimiento, representación y culto. Más estas no se limitan a sus ciudadanos de origen judío. Los árabes con ciudadanía israelí gozan de los mismos derechos, incluyendo el uso, publicación y enseñanza de la lengua y religión árabes, y  una presencia con voz y voto en el Parlamento proporcional al más de un millón de sus afines.

Cuba es una dictadura militar y familiar encabezada por los Castro con más de cincuenta años dando tumbos totalitarios. El estado está conformado como una estructura de sojuzgamiento que permanece insensible al sufrimiento que acumula en la población. A los cubanos se les niega la protección de la ley bajo un Estado de Derecho y se les hace víctimas de los abusos sistemáticos del todopoderoso régimen dictatorial. No les permiten la celebración de elecciones libres ni pluripartidistas. Y no existe en el país ni un ápice de libertad de expresión, asociación ni movimiento. La estructura de gobierno es más semejante a un despotismo del Medio Oriente como Siria, o a la asiática Corea del Norte, que a una república democrática de Occidente.

De Israel sería ir mucho más allá de los límites de este corto trabajo juzgar si fueron justificadas o no las guerras y la responsabilidad en crímenes ocurridos de un lado u otro de sus fronteras. Es una historia violenta originada por un innegable rechazo de todos los países del entorno, la totalidad de ellos con apenas unos años de fundación luego de haber sido enclaves coloniales europeos, a reconocer otra nueva nación que esta vez surgía por mandato de la ONU. Y ello ocurrió en un espacio territorial que perteneciera al imperio turco y que hasta 1947 permaneció bajo la administración británica, designada por el sustituido organismo internacional, La Liga de las Naciones.

La agresividad de la región del Medio Oriente y del mundo islámico en general contra Israel ha propiciado el desarrollo de su aparato de inteligencia, llevándolo a niveles impresionantes para un país tan pequeño. Esta profesional estructura de espionaje es decisiva para impedir la destrucción de su nación, no para tratar de subvertir y, a marchas forzadas, intrigar para transformar en democracias semejantes a la suya a los países vecinos, lo que sería el reverso lógico de la actividad virulenta de la dictadura cubana.

En Cuba, desde el mismo origen de la llamada revolución se implantó un modelo totalitario con pleno apoyo de la Unión Soviética. Situación que se consolidó cuando la casta en el poder creó un Enemigo ideológico de su antiguo aliado, los Estados Unidos. Con este y con los países democráticos del área latinoamericana inició un proceso de enfrentamiento y hostilidades. Desde entonces la junta militar de la Habana ha sido incansable en agredir e intentar subvertir a las naciones de formato democrático de América Latina y del Norte. El resto del mundo tampoco se ha librado de esas trasnochadas paperas de imperialismo platanero.

Sin dudas, el costo del sostenimiento en particular de tal prolongada política beligerante, divorciada de las posibilidades concretas o fines personales de los ciudadanos, ha transformado para mal a la pequeña nación. Antes un país rico y próspero, el castrismo lo ha dejado en las llantas con el loco afán de verse a sí mismo como una potencia capaz de protagonizar una geopolítica global y torcer los destinos del mundo. El triste resultado de todo este narcisismo es que sus habitantes son pobres y formados en una sociedad envilecida por la delación, el encanallamiento y  una enfermiza y degradante hipocresía y parálisis social.

En Israel, la labor del aparato de inteligencia es el garante de la existencia de la nación, y por tanto de la vigencia del Estado de Derecho y la protección de la ley para sus ciudadanos. No trabajaron denodadamente para que les fueran negados, ni gracias a ellos son explotadas sus capacidades de bienestar o las libertades y posibilidades plenas de desarrollo de su población. Tampoco con su labor afectan el nivel de vida nacional ni expolian el exitoso esfuerzo de sus diversas industrias. Es por ello que el país goza de un per cápita de nación de primer mundo, en medio de una geografía con poblaciones oprimidas, incultas, pobres y atrasadas. Los millones de árabes que viven en esas naciones colindantes, a pesar de ser sojuzgados por dictaduras y satrapías hereditarias, paradójicamente dejan alimentar en ellos un odio profundo a la única democracia de la región, que debería ser un modelo a emular de progreso para sus vidas y países.

El cuerpo de inteligencia israelí, de reconocido prestigio, actúa en el ámbito Occidental y del Medio Oriente a escala desproporcionada con sus dimensiones territoriales. Proclama su necesidad de defenderse de la agresividad de naciones fronterizas y vecinas, casi todas árabes y mahometanas. Y alguna hasta asignándose como doctrina de Estado la futura desaparición de Israel. El argumento histórico y acicate de odio hacia el estado hebreo está basado en las diferencias en religión, cultura y los sangrientos conflictos bélicos y represalias que esto ha generado, sin embargo, la verdadera naturaleza del rencor hacia esa nación es que constituye un ejemplo del desarrollo que se puede alcanzar cuando se le garantiza a la sociedad el pleno ejercicio de la libertad y la democracia representativa, mientras que los países que la rodean están regidos por dictaduras descarnadas que oprimen y condenan a sus pueblos a la miseria. Ese es el meollo del problema y el obstáculo a la paz regional.

En cambio, el aparato de inteligencia cubana se vuelca tanto para los ciudadanos cubanos dentro y fuera del territorio nacional, como hacia la subversión del orden democrático de los países de su entorno, como ocurre en el presente con el proyecto ALBA y la estrella y motor de esa triste Entente, Venezuela. La acción de la policía política, reprimiendo cualquier disidencia o cuestionamiento al culto oficial tiene semejante importancia para la dictadura que influir en gran medida y a su conveniencia sobre estos improvisados aliados latinoamericanos de los últimos años. Con su trabajo mal remunerado y en un pleno ejercicio de masoquismo nacional, los cubanos pagan desde los gruesos salarios de estos cuerpos represivos, pasando por todas las prebendas y privilegios, y llegando hasta cubrir con su sudor el costo de los sofisticados artilugios de espionaje que nunca dejan de adquirir estos señores. Y todo para que puedan vigilar y reprimir al dedillo a sus benefactores cada vez que intentan no estar de acuerdo con el estado de cosas.

Es sobre la base del éxito económico del estado israelí que el mismo sostiene su cuerpo de inteligencia con gran capacidad para vigilar e impedir que las agresiones contra su nación no tengan el éxito con que son planeadas. La destrucción de su estado es parte de la motivación y el fanático acicate de numerosas organizaciones fundamentalistas islámicas, que a su vez reprimen y aterrorizan a sus propios conciudadanos árabes o persas, como es el caso de la agresiva y lóbrega teocracia iraní.

En Cuba, y por tanto en su labor en el extranjero, es sobre la base material que les aporta el sojuzgamiento y el terror de la población del archipiélago que los cuerpos de inteligencia colaboran fervorosamente en sostener la roñosa dictadura. Eso les brinda todos los recursos necesarios, sin control alguno del Parlamento, que debería velar por el uso de los mismos en beneficio, y no en opresión, del pueblo. Los recursos nacionales se utilizan para despilfarrarlos en las siempre fracasadas aventuras geopolíticas personales de los Castro, y se preparan para seguir haciéndolo sin ellos, en una eterna metástasis de desorden y confrontación. Al igual que los éxitos efímeros de otras dictaduras que ya no son sino malos recuerdos, los triunfos que lograrán estos servicios no serán nunca para gloria y salvaguardia del pueblo de Cuba, sino para la de sus amos feudales, los que convocados por un inevitable fin de sus áridas vidas, ahora andan buscando dejar este pobre país en herencia a sus hijos y nietos.

Más que a la pericia y el sacrificio personales, la supuesta efectividad de la labor profesional de los miembros del aparato represivo se ha basado en consolidar la violencia en la patria que los vio nacer, y que sin dudas los acogerá en sus cementerios cuando la hora les toque, sea a las buenas o a las malas.

darsiferrer@yahoo.com 

Salir del atrincheramiento y hacer política


Darsi Ferrer

La recién concluida Cumbre de las Américas fue una buena ocasión para discutir con veracidad el asunto de la oveja negra cubana. Pero se quedó en el tintero. Otra vez se puso en práctica los remanentes de la vieja política trasnochada de la Guerra Fría, para intentar manejar a este díscolo sujeto descarriado en el hemisferio desde hace más de medio siglo.

Son numerosas las aproximaciones desajustadas con el obtuso régimen que no da señas de asumir la necesidad de adoptar reformas verdaderas. Por un lado, Estados Unidos con su embargo comercial transformado en una práctica de consuetudinario "jab" para mantener la distancia, y sin efecto pretende aislar al totalitarismo antillano; por otro, la Unión Europea con su frágil valladar de la Posición Común, que no pasa de ser un reproche moral muy comedido hacia la dictadura, mientras permite que desde su zona les hagan llegar solapadamente financiamientos y tecnologías; que decir de los países latinoamericanos, simpatizantes abiertos, disimulados o indiferentes de las violaciones a los Derechos Humanos que a diario pone en práctica el régimen cubano, se desgastan en el intento de ponerle colorete a la única y más vieja dictadura militar del continente, y pujan por recibirla como un invitado más en las reuniones democráticas.

Todas estas políticas parecen resistirse al cambio de enfoque y de aproximación a los problemas irresolutos que imponen en la época actual las modernas dinámicas de la Globalización. Sencillamente, el mundo marcha aceleradamente hacia otra fase comunicativa, de interrelación cada vez más profunda y activa entre las naciones. ¿Cómo justificar la insistencia en el aislamiento a la antigua para tratar el caso cubano? Y a la vez, ¿cómo persistir en ver a la dictadura militar cubana como un país común y corriente?

La inclusión también va con Cuba, pero no como una nación estable, democrática y en el camino de la integración con el resto del mundo. Hay que incluirla en todas las esferas de interrelación global, pero para esperarla en la puerta con escoba democrática en mano y todo el tiempo que dure cada evento pasarlo dándole escobazos democráticos con ella a los ilegítimos representantes isleños, recordándoles que no son iguales al resto de los presentes y que no se les acepta su constante metedura de forro.
Los detentores del poder de la presente Cuba son miembros de una casta depredadora que hace más de medio siglo mantiene secuestrada la soberanía mediante el uso de la fuerza y que ejercen un total desprecio por la voluntad popular. Por tanto, en el marco del escenario nacional, continental y mundial no tienen legitimidad alguna, y esa incómoda verdad hay que reprochársela cada vez que haya oportunidad de hacerlo. Gobiernan a base de intereses y antojos con el único fin de conservar sus privilegios y obligar al pueblo cubano a vivir en la miseria bajo el prisma de su estrechísima visión del mundo. El cubano es un pueblo secuestrado, similar a las víctimas que sufren a manos de las FARC u otro tipo de delincuentes. Lo único que acumula es creciente sufrimiento, constantemente arreado hacia la explotación por dictadores que se han adueñado del país y lo utilizan como una finca familiar.

Aceptar a la dictadura de los Castro en todos los escenarios políticos no está mal, siempre que no se lleve a la mesa como un invitado más y que se sientan a gusto para desatar sus andanadas de insultos, o ataques contra el sistema democrático que sí ha elegido al resto de los presentes, y convertir esos sitios en tribunas desde donde acusar a su eterno enemigo a muerte, al que sin embargo le compra comida, medicamentos y le suelta el excedente poblacional que no tiene cómo mantener y, para colmo, le acepta subvenciones, los Estados Unidos de América. A esa Cuba que se quiere aparecer en esos sitios hay que tratarla como se merece: como peligroso derrelicto que intenta siempre sabotear el proceso democrático e integrador. Hay que aprovechar todos los encuentros para zarandearla con las verdades que se acomoda en no escuchar.

Pese al esquema que parece flotar como certeza de Perogrullo de que el presente gobierno de la Habana no constituye un peligro para la estabilidad del continente, tal como activamente persistiera en serlo antes, la verdad está a la vista. La dictadura isleña ha promovido y promoverá todo tipo de organización regional o gobierno que enfrente al Norte de América con el resto de las naciones del continente, cuestionando o emponzoñando desde dentro de los marcos democráticos de la región, similar a lo ocurrido en Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Honduras y Haití. Así también remacha los viejos clichés de desconfianza, odio y temor hacia unos Estados Unidos diabolizados. Se ha visto que esto es algo que parece muy oportuno para personales intereses en determinadas élites gobernantes de América Latina. Por lo cual, comienzan a surgir como hongos en el panorama político del área instituciones sin verdaderos ánimos de integración económica incluyente, sino politizadas como la CELALC, ALBA, UNASUR y otras que deben andar aun cocinándose, francamente exclusivas del miembro más poderoso e influyente, los Estados Unidos, lo que es un absurdo criminal para sus propios pueblos.

No obstante, los gobiernos que apoyan estos experimentos, presentados como cumbres de los países del Sur realmente integradoras se autoengañan. La presente debilidad del régimen cubano no le permite hacer su vieja política de intervencionismo armado y subversión violenta, pero la metástasis de su naturaleza destructora del Estado de Derecho sigue viva y se filtra en cancillerías, partidos, instituciones y supuestas políticas nacionales, en donde constantemente intenta poner en práctica la trasnochada intentona de excluir a los Estados Unidos, a nombre de una unidad latinoamericana sin visos de conformación económica real, y donde más bien se ponen en activo viejos rencores y desconfianzas hacia el mayor mercado del mundo en bienes, servicios y proyectos materiales para el desarrollo. Esas acciones irresponsables, practicadas por no pocos gobiernos, ponen bajo una cruda luz los enormes defectos institucionales de las democracias y sistemas políticos del área Latinoamericana.

Lo que debe quedar claro es que los actuales y autoproclamados representantes del archipiélago cubano NO representan la voluntad del pueblo, sino a ellos mismos. Y gozan de tal grado de ilegitimidad como el que tuvieron en su momento Trujillo, los Somoza, Duvalier, Pinochet, Velazco Alvarado, los generales de la junta militar argentina y todo el resto del club de los regímenes que se han encargado de estrangular el respeto a las libertades y derechos fundamentales de sus pueblos.

darsiferrer@yahoo.com 

Saltar del corralón castrista a la Globalización


Darsi Ferrer

El campo de concentración de Auschwitz tenía su propia lógica. En su diseño todo encajaba. Los cautivos que no morían a la llegada sólo duraban un promedio de seis meses. Se aprovechaban todas sus pertenencias, reciclándolas entre la población aria del Tercer Reich. Además, les extraían las piezas dentales de oro y se recuperaban las prótesis. Con la grasa humana se hacía jabón. Algunas pieles tatuadas terminaban en pantallas de lámparas y como petacas para tabaco. Los cabellos eran utilizados en la fabricación de zapatillas especiales para las tripulaciones de los submarinos. Las cenizas de los crematorios resultaban abundante abono… En fin, todo era productivo, racional… hasta que los tanques de guerra aliados abrieron aquella realidad al mundo exterior.

Una pertinaz visión esquemática, también con su propia “lógica” sobre el futuro próximo de Cuba, ha sentado sus reales tanto en ingenuos como defensores de la actual dictadura militar desgastada en el poder. Hasta lo que da la vista, toda valoración crítica a los asuntos nacionales marcha casi siempre a la saga y en la estela de las intentonas del régimen por hacer sobrevivir, y no cambiar, el sistema imperante en la isla.

Se concede demasiado crédito a un régimen totalitario que, de por sí mismo, es un absurdo. De un sistema dictatorial como el que rige el destino de la nación cubana resulta disparatado esperar sensatez. Así se aceptan las premisas de lo irrazonable. Si la junta militar gobernante amaga en una u otra dirección se le ensalza o se le critica, mas ambos criterios aceptan la “lógica” de los acontecimientos. Denominadas “actualizaciones” por el oficialismo, “reformas” por los optimistas y "pasos insuficientes" por adversarios, se llega al extremo de valorar esas medidas como promovidas por una sincera y pragmática voluntad de transformación. Y hasta cuentan con un persistente optimismo alucinado y solidario de analistas y de diversa prensa que otorga virtudes de progreso a lo que no es otra cosa que un desmontaje totalitario de la responsabilidad, con el cínico objetivo de la brutal y más que aburrida perpetuación de los Castro en el poder.

Aceptar sus designios sobre cualquier asunto, el que sea, es un trastornado error de encantamiento político, si no se trata de medidas que impliquen cambios estructurales que modifiquen la esencia de su modelo totalitario, como podría ser el reconocimiento a la libertad de expresión, reunión y asociación, el derecho de huelga, la garantía del pleno ejercicio de la propiedad privada, y otros…
Sin embargo, para evaluar un panorama que continúa su tránsito a la ruina, amigotes, simpatizantes y cubanólogos de todas las vertientes, se aferran a lo gastado en el análisis. Por malas o buenas razones, se excluye aceptar como método de escrutinio de la sufrida realidad nacional las nuevas reglas de transformación política, social, económica, cultural y de cuanto hay que se están imponiendo a diario en el mundo. De un modo u otro, se evita proyectar la situación de la isla contra el telón de los recientes acontecimientos mundiales.

Es preocupante que el mensaje oficial de conceptuar la Globalización como algo peligroso para el futuro, maquinado como una conjura gigantesca desde los centros financieros mundiales, también parezca haber calado entre los que proponen un paulatino establecimiento del Estado de Derecho y la democracia en Cuba. La Globalización es una fase nueva de civilización y un aliado formidable para los pueblos oprimidos bajo la bota represiva de cualquier índole. Todo el que ahora de alguna manera acceda a un computador, un teléfono celular, reciba email, vea en DVD o transporte en una memoria accesible a puerto USB cualquier información liberada de la férrea censura del régimen, ya está navegando en la espuma de la modernidad.

Para los fundamentalismos, populismos, autoritarismos y regímenes totalitarios, así como las sociedades conservadoras y con desconfianza del caos incontrolable y creativo que trae el mundo, las tecnologías, sobre todo de comunicación, les están dando un inesperado vuelco a sus viejos esquemas sociopolíticos y económicos. Y para mayor estímulo de posibilidades, hace que todos los fenómenos contemporáneos se liguen de una manera increíble: la crisis financiera y económica de buena parte del Occidente industrializado, el triunfo electoral del Partido Popular en España, la situación de salud del gobernante Hugo Chávez, las limitaciones de la política del Estado de Bienestar, el desarrollo del programa nuclear iraní, la Primavera Árabe. Influyen directamente en la repentina transición hacia la democracia en Myanmar, la incipiente crisis geopolítica de potencias emergentes como China, con una estructura de hegemonía trasnochada, o de Brasil, con la futura gran zona de desarrollo mundial, la cuenca del Pacífico, colocada justo a sus espaldas… Todo lo conocido de repente se vuelve convulso, buscando un nuevo acomodo, una nueva fase de imparable desarrollo.

Son irrupciones tan sorprendentes que aún están por definir la amplitud que podrá alcanzar sus posibilidades, pero sin dudas en estos mismos momentos prosiguen transformando, cada vez más acelerada y totalmente, la realidad global y los patrones de análisis a futuro.

Permanecer encallado en el mismo arrecife de clichés históricos de hace una década conduce a conceptuaciones de un presente y futuro sin vínculo alguno con la realidad contemporánea. Todos los casos recientes son trascendidos y mutados por eventos asombrosos, revueltos por las fuerzas globalizadoras que se aceleran por día. Han sido y serán protagonizados por los que se identifiquen, entiendan y utilicen sus modernos instrumentos, sin la presencia predominante de élites profesionales, líderes carismáticos y personalidades políticas o morales que no se hayan actualizado como protagonistas de esta transformadora visión.

Pese al esquema consolidado del aislamiento geográfico, carente de libertades y en plena práctica de un empecinado apuntalamiento, Cuba está incluida en esa vorágine. El régimen, que tiene cada vez un espacio más reducido de maniobra, apuesta porque la población no se percate de su protagonismo. Pero más allá del arrollador movimiento invasivo de los medios de comunicación y las redes sociales, imposible de detener sin tener la certeza de quedar fuera de conexión con el mundo, el aumento de los intercambios interpersonales conforma profundos cambios sociológicos y culturales en la población.

Gracias a la concatenación con la ola liberadora que sacude al mundo los cubanos vuelven a redescubrir su maltrecha y secuestrada pertenencia a la cultura occidental, abandonando los gastados ropajes del pobretón y pusilánime Hombre Nuevo que aún se les intenta hacer portar.

¿Podría alguien explicar por qué en un país totalitario, donde se supone que todo está controlado al dedillo, funciona el juego prohibido de la lotería a todo lo largo y ancho del país? ¿Daría alguien una pista de cómo el mercado negro, esa paradójica área clandestina de libertad económica y corrupción desenfrenada, sigue coleteando ante las narices de un Estado prohibitivo y represor? ¿Cómo se conjugan estas circunstancias con la supuesta particularidad del caso cubano?

El argumento de que el pueblo cubano es cobarde, o que ha perdido el “órgano de la rebeldía” es de una manoseada simplicidad que evita analizar los hechos. Confirma el poco o ningún vínculo serio que se establece con las revueltas triunfantes en la antigua Checoslovaquia, Rumanía, Polonia, Alemania, la desintegrada URSS, y recientemente en Túnez, Egipto, Libia, Siria, y otros. Todos esos pueblos, ya se sabe hasta la saciedad, aguantaron atropellos e injusticias de todo tipo, sus regímenes no eran más “suaves” que el cubano y parecían condenados a un inmovilismo de por vida. Pero aceptar valorarlos diferentes al de la isla es una forma de pensar enfermiza, circunscrita a los términos y límites impuestos por un pensamiento retrógrado interesado en la auto-anulación. Es quedarse voluntario en el razonamiento del platanal castrista.

En la medida que los cubanos logren vincularse con la realidad global, con las nuevas corrientes libertarias de la modernidad, el régimen se volverá menos creíble y más frágil. Sus premisas de supervivencia como única solución se derrumbarán ante el fárrago cambiante de un mundo que llega impetuoso a las fronteras del país. No es algo que pueda ser detenido ni manipulado por estrechos intereses. Mucha razón tenía el papa Juan Pablo II cuando proclamó “¡Que el mundo se abra a Cuba y Cuba se abra al mundo!” Pues bien, esa premisa está llegando. Se debe aprovechar en favor de la libertad y el progreso.

darsiferrer@yahoo.com 

No es el fin del capitalismo


Darsi Ferrer

Nunca antes la Humanidad había alcanzado los niveles de comunicación interpersonal que goza en el presente. Y para mayor provecho hacia una creciente modernidad, las aceleradas innovaciones tecnológicas permiten avizorar un fantástico escenario de nuevas posibilidades de interconexión. De hecho, el concepto del mundo como una “Aldea Global” adquiere mayor materialidad cada día, influyendo de modo determinante en las sociedades civiles, hasta en aquellas naciones donde rige un severo control de su libre actividad.

Participar en esta aventura innovadora promueve novedosas perspectivas para millones de seres humanos. Y las posibilidades no se limitan al protagonismo e influencia en el mercado mundial, ya como vendedor o como simple consumidor. Las ideas e intercambios de información ahora viajan de una parte a otra del orbe con velocidad y presencia inmediata a los acontecimientos políticos, sociales y económicos que las generan, y estas a su vez impulsan otros cambios aún mayores. Las convulsiones sociales de esta dinámica impulsan una amplia incidencia en aquellas sociedades donde rigen tradicionales o anquilosados patrones culturales. Pero la misma ola de modernidad también estremécelas sociedades desarrolladas, donde se generó el fenómeno de la Globalización.

La presente crisis económica emergida en los Estados Unidos y por lo pronto expandida hasta buena parte de Occidente, revela distorsiones surgidas de la perniciosa tendencia al estatismo que socava la base económica. Y pese a todos los pronósticos agoreros sobre las “insalvables contradicciones” del sistema productivo más exitoso de la Historia, lo que se reciente es su efecto, no su causa. En esencia, ningún modelo de desarrollo basado en la economía de mercado demuestra ser ineficiente en elevar la productividad y el disfrute de riquezas y bienestar para tantos, además de garantizar el Estado de Derecho a sus ciudadanos. Sin embargo, son las deformaciones del modelo político, sobre todo debidos al espacio y función ocupados por el Estado en plena práctica del Keynesianismo, lo que da claras señales de agotamiento evolutivo.

La presencia del Estado en funciones para las que no fue concebido, por ejemplo como  protagonista económico, creador de empleo y subvención social, más allá de las reales posibilidades económicas en un momento dado, provocan una deformación consecuente en la estructura del empleo, la maquinaria política de los partidos democráticos y los propósitos y metas de las elecciones, y como secuela derivan en la generación del clientelismo en la masa de votantes y la creciente intervención de los gobiernos de turno en las finanzas privadas y el mal manejo de los recursos acumulados por las instituciones públicas.

Es evidente que la presente crisis tiene su origen, e incluso se ha agravado, por la persistencia en esa fórmula como solución ante alarmantes indicios de catástrofe económica. También quedan claro los prejuicios derivados de la persistente injerencia del Estado al incentivar, u obligar legalmente en determinados casos, al sistema financiero privado a la práctica bancaria de expandir el crédito de manera indirecta (favoreciendo las hipotecas riesgosas, por ejemplo), o directa, más allá de las reservas bancarias, como principal método de estimulación económica. Pese a tal práctica ser perfectamente identificada como el origen nocivo de las crisis periódicas del sistema de economía de libre mercado, se ha insistido en ella como el trillado método de motivación económica para aumentar la recaudación impositiva y así sufragar mayores subvenciones y gasto público.

Para mayor gravedad, y como urgente intento de solución de las crisis, con el dinero público el modelo de intervención estatal ha favorecido gigantescos rescates financieros de los bancos y enormes empresas en quiebra. Los resultados de esta desacertada política, implementada de manera muy parecida en todo el modelo económico occidental, han demostrado una y otra vez su fracaso como solución que no supera lo eventual.

Muchos analistas políticos y expertos económicos reconocen estos desfavorables resultados. Y hasta opiniones muy calificadas señalan la necesidad de un retroceso de la presencia estatal como protagonista económico. Más, ¿bastaría con ese paso? ¿No sería un repliegue provisional, para tiempos mejores, conservándose en esencia el mismo concepto del Estado interventor en la economía y finanzas y todo el tándem de maquinaria política-elecciones- clientelismo popular?

Si hay algo que indican estos tiempos globalizadores es que los cambios que ocurren en las sociedades son profundos y generales para todo y todos. ¿Por qué no concebir una nueva configuración del Estado y su contraparte, la sociedad civil, cada una ocupando el espacio que de verdad les pertenece y donde funcionan mejor? No se trataría de otro intento de ingeniería social, sino dejar que fueran retomadas las funciones para las que ambos, durante siglos de formación, errores y aprendizaje, demostraron ser efectivos instrumentos de orden y progreso.

Por ejemplo, el Estado podría retomar por completo su papel de rector, prudente regulador y supervisor, cediendo gradualmente a la sociedad civil y al dinámico mecanismo de oferta-demanda y beneficio-castigo de la economía de mercado las funciones que cumple como benefactor público y creador de empleo. Este ejercicio económico podría ser sufragado, por ejemplo, mediante los recursos que recaude mediante un sistema de impuestos que también fuera novedoso. Tiene más sentido dejar de castigar la riqueza con impuestos crecientes, como tiende a suceder en la actualidad, y en cambio premiar con rebajas la inversión. Es decir, medir el impuesto de acuerdo al gasto y no al ingreso. Aparte de generar capital, haría desparecer gradualmente la dependiente concepción clientelista de la población hacia el Estado Benefactor. En consecuencia, las asignaciones de esos recursos no serían festinadas y a capricho de inversión de un reducido grupo de funcionarios del Estado, como es práctica habitual, sino mediante un riguroso proceso de licitación pública a los diversos mejores proyectos de beneficio general, supervisados periódica y rigurosamente por el Estado en sus niveles de calidad.

Espacios lastrados y con límites onerosos a la vista del presente modelo económico estatista, tales como el empleo, en buena parte causante de excesiva burocracia, y sobre todo de la creciente presión de las pensiones, pasarían a ser asunto de la economía de mercado. Es innecesario que la mayor o una parte significativa de las empresas de servicios públicos sean un monopolio estatal. La práctica histórica de esta política demuestra las ineficiencias que esto genera en corrupción y mala atención a la población. Y las pensiones que son administradas por el Estado, en rigor pertenecen al capital acumulado con su trabajo por cada pensionado. Salvo las excepciones que la razón indique, por causa de incapacidad física, mental o ambas del beneficiario, u otra que merite, el Estado debería entregar en manos del pensionado el total acumulado y que éste lo invierta como accionista en las múltiples compañías de Seguro Social que de inmediato surgirán en el mercado libre, atraídas por el capital que podrían aportar estos nuevos inversores. El éxito de esta fórmula en un país pionero como Chile demuestra una eficiencia en el uso de esos capitales que supera toda expectativa.

Más, si se acepta que la Globalización es integral en los cambios que trae, se debe ser realista: el aparato legislativo y el funcionariado de la burocracia estatal también debería ser transformado. Se revela una tendencia alarmante sobre la invariable presencia por años de los mismos legisladores y funcionarios encargándose de los asuntos públicos. La experiencia confirma que  no resulta beneficioso que los legisladores o los altos funcionarios y especialistas transformen un cargo estatal en una carrera de por vida. El poder es algo demasiado peligroso y tiende a corromper. Tal situación crea estructuras de relaciones o maquinarias políticas que a largo plazo trabajan más para el beneficio de su grupo y persona que para el bienestar público. El cargo legislativo debe estar sujeto al mismo límite de dos períodos de funciones seguidas que cualquier cargo ejecutivo. No debe ser una carrera profesional. Es un puesto de sacrificio y entrega provisional a los intereses de la nación. En definitiva, lo que importa es la libertad y eficiencia del cuerpo legislativo, no figuras carismáticas que por muy atractivas que parezcan, envejecen y se pensionan sentados en su curul.

Y sería conveniente en el orden y la efectividad para la necesaria administración burocrática de los asuntos públicos que, una vez reducido a su esencia funcional el aparato burocrático del Estado, no esté exento de una minuciosa política periódica de supervisión y calificación, basada en la calidad y eficiencia de cada funcionario mediante exámenes por oposición. Es esencial que el funcionario público, cualquiera que sea su responsabilidad, se sienta en la obligación de ser cada vez mejor en su trabajo. Su experticia es muy valiosa, mas no cuando utiliza el poder que se le otorga en prácticas ineficientes o franca e ilegalmente lucrativas.

Medidas como estas, u otras mejores que limiten la desmesura de funciones de instituciones estatales serían de provecho para el área de la política. El ejercicio democrático en las urnas no estaría dirigido al propósito de obtener votos a cambio de la promesa de beneficios sociales sufragados con el mismo dinero de los votantes. Las maquinarias de los diversos partidos políticos deben estar influenciadas por programas que no tengan como objetivo crear más carga económica para la sociedad. Los beneficios que se recaudan mediante impuestos no pueden estar a disposición de las plataformas políticas del partido de turno en el poder, ni de funcionarios o legisladores inamovibles de sus cargos. La supervisión del Estado y sus regulaciones como árbitro no deben ser confundidas con disponer como empresario de esa riqueza recaudada. Es la sociedad civil la encargada de tal cometido. Por tanto, el ejercicio consecuente de sus verdaderas funciones pondría gradual fin al vicio del clientelismo popular y al poco eficiente empleo estatal.

Sería razonable tomar en cuenta la imprescindible transformación que debe emprender toda sociedad ante los tiempos que corren. No son premonitorios del fin del sistema de desarrollo que mayores beneficios le ha otorgado a la Humanidad, también sacudida por medio de irrupciones de experimentos irracionales, ajenos al progreso y el cambio saludable. El protagonismo y el peso de la opinión del simple ciudadano ya trascienden los asuntos de su propio país, incursionando y creando estados de opinión sobre temas globales. La ganancia que ello representa para la raza humana aún está en embrión, pero ante la ola de libertad que ahora recorre el mundo, sus perspectivas son muy estimulantes.

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