Darsi Ferrer
Tras medio siglo de
peregrinaje por el rumbo totalitario, Cuba se va acercando justo a lo que más
detesta y pretendió evitar el régimen
militar: una relación económica, política, social y cultural cada vez más
estrecha con los Estados Unidos. No por vía oficial, sino a través de redes
creadas mediante relaciones tejidas por el interés familiar y humano. Situación
que representa el paso fundamental hacia el fracaso conclusivo de todo un
destino fabricado para un país.
Las fronteras de la Cuba del
futuro ya se han ampliado exitosamente hacia la vecina nación que ostenta la
mayor prosperidad de la economía de mercado en el mundo. Era lo natural, y se
impuso a la larga. Sin embargo, no debió ocurrir de manera dramática sino
guiada por una suave y lenta amalgama de intereses comunes, con avances y
retrocesos, bajo gobiernos democráticos. Lamentablemente, se estableció por la
vía del sufrimiento y del trauma nacional, aún en el campo minado de un proceso
de desmontaje de la civilización.
¡Irónico final! El régimen
ha envejecido con creciente rigor mortis, cubierto por las pústulas de su
fracaso como un mal encavado retrato de Dorian Gray. Este resultado es el mismo
que se intentó soslayar a fuerza de soberbia, crueldad y despilfarro. La
anciana dictadura aún no se ha extinguido, pero ya nadie cree en sus gastados
paradigmas de soberanía e independencia. Lentamente, impulsada por las mismas
fuerzas de la Globalización que están cambiando al resto del mundo, la nación
empieza el retorno del aberrante desvío impuesto por un grupo y secundada en
diversas etapas por buena parte del pueblo en actual servidumbre. Es la clara
derrota de todo ese delirio inasible denominado Revolución.
La absurda naturaleza de su
proyecto va marcando cada vez más el derrumbe del régimen totalitario. Esta
impresión la justifica el mero y vergonzoso hecho de que parasita las remesas
que envía el exilio y su metástasis en Venezuela. Además, mediante el secuestro
de la soberanía popular, y representándose a sí mismo como la nación, deja en
evidencia tres hechos: que ciertamente no representa la verdadera voluntad y
ruta que desea la sociedad en el presente; que al soberano, el pueblo,
aplastado por el brutal sojuzgamiento y la miseria creciente, se le obliga a
comportarse como un niño incapaz de reclamar lo que quiere; y que existe una
dependencia total de sojuzgadores y oprimidos por fuentes externas de
sustentación.
Quizás esta sea la más
antigua razón que influye en el curso de la deriva nacional. Cuba nunca ha sido
mayor de edad, o al menos, nunca ha llegado a crecer del todo, a sostenerse con
sus propios pies y asumir sus defectos e intentar subsanarlos por esfuerzo
genuino. La causa es la responsabilidad soslayada. Primero, por el férreo
tutelaje español, luego por el atractivo modelo de crecimiento económico que
trajo el apadrinamiento norteamericano (una etapa donde también se dieron los
primeros pasos de soberanía, aunque por las consecuencias, no resultaron
suficientes) y finalmente la larga etapa de servidumbre castrista. En todas
estas fases, con la salvedad del próspero periodo con Norteamérica, la
dependencia externa resultó pesarosa y lastrante. En la primera, por la
explotación de las riquezas y la imposición de un régimen colonial caduco. En
la última, porque la dictadura es totalitaria, explotadora y siempre se ha
buscado un aliado que le sufrague su inoperancia, más sólo por estar interesada
en su supervivencia, dejando cada vez más en el abandono al pueblo que oprime.
El actual escenario es el de
la más frágil dependencia externa de la nación, con mostrada incapacidad de
gobernar, y no de sojuzgar, de la tiranía militar. Y en este contexto es peor
porque el régimen cubano quedó varado en las reglas que funcionaban dentro de la
Guerra Fría. Por ese motivo, de alguna manera imprevisible, será sustituido por
un nuevo orden más realista. Más, quizás también dejará como posible
alternativa que el pueblo del archipiélago, menor de edad por demasiado tiempo,
por inercia histórica pueda sentirse compulsado a arrimarse bajo la sombra de
otra guía paternal. Sin embargo, de elegirse esa tendencia, la sociedad cubana
repetiría la fórmula equivocada.
¿No será hora de considerar
que para la nación llegó el momento de enfrentar los riesgos y venturas
derivados de sus errores y de su propio valladar? ¿Se debe seguir pensando en
Cuba como el niño incapaz de crecer, esperando que alguien le resuelva sus
problemas? ¿No habría que romper el ciclo de tutelaje histórico de colonia
española, apadrinado norteamericano y siervo sumiso de los Castro? ¿Acaso todo
el trascurrir nacional hasta el presente forjó una idiosincrasia fijada a
factores externos para la supervivencia?
Hace medio siglo este
período castrista supuso para amplios sectores sociales una etapa de verdadera
independencia. Hoy, en la miseria e involución se comprueba lo perjudicial que
fue montarse a caballo en una utopía populista y nacionalista, liderada por los
deseos y absurdos personales de un narcisista de manicomio, más cuyo germen
fraguara en la parte oscura del consciente nacional, incluso antes de que el
dictador pudiera comenzar a hacer daño.
Pero justamente debido a esa
amarga experiencia los planes de reconstrucción de la futura Cuba no se
deberían elaborar fuera de la frontera nacional. Hay que asumir con firmeza que
no existen utopías buenas ni malas, ni ingenierías sociales que al intentar
aplicarlas dejen de ser nefastas. Y de ser impuestas, más a la corta que a la
larga, siempre traen distorsiones terribles.
Recuérdese como al sustraer
del cauce republicano y democrático a las naciones y etnias de la ex Yugoslavia
para enfrentar sus naturales contradicciones y necesidades de ajuste produjo un
error de origen. Primero por los rezagos institucionales que dejaron el repentino
final del decadente imperio austrohúngaro y la disfuncionalidad institucional
de los reinos absolutistas balcánicos. Luego, con posterioridad a la Segunda
Guerra Mundial, al sojuzgar la represión totalitaria la libre manifestación de
los latentes resentimientos.
Para cuando a principios de
los años 90 del pasado siglo llegó el fin del control comunista en toda la
forzada unión nacional, inesperadamente toda la región se volvió un infierno.
Entonces, en medio de la culta y civilizada Europa, que seguro se imaginaba a
sí misma de vuelta de todas las barbaries, se fue testigo de lo que puede
ocurrir a toda una vasta área cuando se le obliga a ocultar sus realidades y a
no enfrentar sus problemas con democracia y libertad. Al iniciarse la terrible
guerra de Bosnia-Herzegovina y la llamada “limpieza étnica” que trajo tantas
víctimas, se desató un odio reprimido tan grande y cruel que aún hoy, casi
veinte años después, continúa siendo fuente de crudos resentimientos y
violencia. Ruanda y Burundi fueron otros casos cercanos y pavorosos.
Hay necesidad de analizar
estos hechos contemporáneos y sacar lecciones. Seguro que se necesitará ayuda.
¿Qué otra cosa podría esperar un país como Cuba devastado por la miseria? Sin
embargo, urge potenciar las vías para que el pueblo cubano sea quién decida
desde su propio territorio qué va a hacer con su país. Si de verdad se es
consecuente con los principios de la libertad, hay que renunciar al tutelaje y
confiar en la sociedad, por muy embrutecida y desconocedora del mundo moderno
que parezca. Las contradicciones acumuladas, reprimidas por decreto, se
quedaron detenidas en su evolución en el año 1959. Van a salir a flote de nuevo
y habrá que lidiar con ellas. Eso no lo va a evitar ningún plan de desarrollo
por apadrinamiento.
La lenta y armónica solución
de los problemas latentes de la nación no excluyen a ningún nacional en ninguna
parte del mundo. Cuba debe enfrentar sus desafíos afrontándolos con su propio
pie. Esa es la dolorosa, pero necesaria clave para el saneamiento de toda la
huella que ha dejado una historia nunca asumida con la verdad como guía. No hay
trillos ni atajos, y debe servir de algo entenderlo en ambas orillas.
Por fortuna, los tiempos que
corren son de una importante transición mundial de un estadio de civilización a
otro superior. Pese a clamores apocalípticos de todo tipo, la Humanidad se
conduce a fases de desarrollo y de vida mucho más positivas que el de la Era
Industrial que ya comienza a diluirse lentamente. Esta transición en algunos
casos provoca sufrimientos, y muchas veces inevitables trastornos y hasta
tragedias que sólo el tiempo podrá curar. Pero es una marcha inevitable, y cada
vez más acelerada, hacia la nueva Era de
la Información.
A Cuba le corresponde el
privilegio geográfico de estar a sólo 90 millas del motor impulsor de toda esa
dinámica global. El reprimido interés de sus hijos isleños por incorporarse de
lleno y sacar beneficios de esta ola de modernidad es tan grande que permitirá
quemar etapas económicas que en otra época, de arribar la libertad, hubiese
tomado mucho más tiempo, con sus correspondientes mayores insatisfacciones e
injusticias. Sin embargo, no se puede pecar de ingenuos. También los cambios
traerán altibajos, algunos indeseables. No debe
olvidarse la deformación sufrida en el ejercicio real de conceptos como
país, o
libre y soberano.
No obstante, a pesar de todo
lo que pueda ocurrir, será necesario no recurrir a padrinazgos externos, a
menos que la realidad nacional se transforme en otra Bosnia o Ruanda, Dios no
lo permita. Lo más saludable, aunque duro de emprender, será forzarse a confiar
en el ejercicio del libre albedrío y reorganización desde el interior de la
nueva nación. Quizá como Grecia y otros países en estos momentos, la Cuba
futura deba aprender dolorosamente que están desapareciendo las posibilidades
de sustentación del desgastado modelo de Estado Benefactor en el que ha vivido
adormecida por décadas. Sólo considerando ese aspecto, se podrá imaginar las
dificultades que sobrevendrán. Aunque habrá oportunidad de aprenderlo
pacientemente, porque toda nación ha tenido el mismo desafío. Ese es el
verdadero significado de independencia y
soberanía.
darsiferrer@yahoo.com